Linda Agerback
Introducción
Desde 1945, el conflicto armado ha demostrado ser cada vez mas mortífero para los no combatientes. Conforme a las cifras de Naciones Unidas, ha habido un aumento ininterrumpido de las muertes registradas causadas por la guerra en la población civil, aumentando desde el 52% de la segunda Guerra Mundial hasta el espantoso promedio actual del 84% (World Disarmament Campaign, 1989). Este aumento no sólo se ha debido a las nuevas tecnologías, como las minas antipersonas y las bombas de fragmentación. En realidad, la mayor parte de estas guerras se han caracterizado por el uso de tecnologías sencillas, en comparación con las utilizadas en la reciente Guerra del Golfo. Ha sido más importante el hecho de que casi todas han sido guerras civiles, en las que tanto el gobierno como los rebeldes han visto como enemigo a porciones enteras de la población. Estos conflictos han funcionado más como un masivo abuso de los derechos humanos de civiles desarmados que como un duelo entre dos ejércitos. El sufrimiento y la privación que es su resultado principalmente para las mujeres, los niños y los ancianos ha planteado a las ONG el desafío de responder con algo más que el habitual paquete de comida. A fin de responder a las necesidades sobre el terreno, algunas ONG también han sido arrastradas a actividades de derechos humanos, al tratamiento de los traumas, al apoyo a la resolución de los conflictos, y a campañas que promueven cambios en las políticas oficiales. Estas nuevas formas de trabajo han llegado en ocasiones a cuestionar los conceptos tradicionales de los socorros y el desarrollo, tanto en la comunidad de las ONG como más allá de ella.
Las necesidades futuras de estas sociedades devastadas por la guerra también plantean a las ONG el desafío de revisar su papel tradicional en el apoyo a la reconstrucción. Si los años ochenta fueron una década de conflictos en aumento, los noventa pueden ser una década en la que muchas sociedades en guerra podrían deponer las armas y tomar de nuevo la azada. La finalización de 1989 señaló el primer año que, en los últimos 31, no comenzó ninguna nueva guerra (Sivard 1990). De hecho, varios conflictos habían llegado a acuerdos negociados, como en Namibia y Nicaragua, y otros avanzaban con dificultades a través de una etapa de negociación y combates, como en Camboya, Afganistán, El Salvador y Mozambique. En Somalia y el Etiopía los rebeldes habían logrado victorias definitivas sobre los respectivos regímenes gobernantes. Lo que está claro en cada uno de estos casos es, sin embargo, que a pesar de la finalización de un conflicto, son muchas las cuestiones que amenazan a estas sociedades con un nuevo ciclo de violencia en el futuro. Ello plantea el interrogante de cuál es el papel más efectivo de las ONG en la fase inmediata de postguerra.
En la fase de reconstrucción, la presunción tradicional es que el papel de las ONG sería apoyar el retorno de los participantes en el proyecto a un estado previo de normalidad. Para esas sociedades fragmentadas y empobrecidas, sin embargo, la realidad es que la reconstrucción económica y social no puede estar divorciada de las cuestiones de la gobernación y el poder político. La tarea fundamental será escapar de un ciclo continuado de violencia, de forma que los antiguos enemigos intenten determinar cómo se relacionarán entre sí en el futuro. Durante los años de guerra quedó arraigado el mensaje de que la forma de reclamar dignidad y poder es a través de la violencia, y que la forma de resolver las disputas es matar al oponente.
A este legado de violencia se le suman la creciente presión poblacional sobre recursos limitados como la tierra o el agua como nuevas fuentes de tensión. Con las actuales tasas de crecimiento de la población cada año hay 83 millones de personas adicionales que alimentar. Las reservas de agua están siendo reducidas, y las tendencias actuales indican que casi una quinta parte de los suelos cultivables habrán desaparecido hacia el año 2000 (Oxfam, 1990). Inevitablemente, las opciones serán más limitadas, los temores más agudos, y los conflictos se exacerbarán. En el Sahel, estas presiones ya están conduciendo a la guerra, como describe gráficamente el libro de Panos Greenwars (Twose, 1991).
Así pues, para las ONG la cuestión puede ser cómo apoyar la construcción de la 'sociedad civil' a través de organizaciones sociales responsables, con las que la violencia sea menos probable. Una segunda cuestión es cómo pueden utilizar las ONG el trabajo de comunicación para desafiar prácticas y políticas injustas, que continúan alimentando la renovación del conflicto mucho después de que se hayan firmado los acuerdos de paz.
Antecedentes
En el sentido de disputa, está claro que el conflicto es inevitable en la política de la familia, la comunidad y la nación. En ese sentido, cualquier sistema humano dinámico es por naturaleza conflictivo, al abarcar el juego de intereses contrapuestos. El quid de la cuestión radica en como se manejan tales conflictos. En la medida que los procesos políticos y sociales proporcionen canales para el diálogo, la participación y la negociación tal como trata de alentar el trabajo de desarrollo comunitario el conflicto desempeña un papel constructivo. Cuando estas vías están bloqueadas y las necesidades básicas no han sido aún satisfechas, crecen el resentimiento y la desesperación. El resultado es la protesta, la represión y la violencia.
La mentalidad de 'fortaleza'
Estos bloqueos se crean cuando los intereses opuestos se definen como vitales, pero irreconciliables. Antes de que estos conflictos puedan ser resueltos, la disputa debe redefinirse para proporcionar un espacio común para el diálogo, la negociación y el acuerdo. A esta redefinición, no obstante, se oponen a menudo los que están al mando, que, temiendo el cambio, se refugian en la represión política y en el fundamentalismo ideológico la denominada 'mentalidad de fortaleza'. Incluso cuando esos temores pueden ser dominados, factores objetivos como la pobreza, la deuda y las creciente presiones ambientales limitan las opciones disponibles para aquellos que pretenden manejar la dinámica del conflicto de manera más constructiva.
Se cree que la polarización y la mentalidad de fortaleza son creadas y perpetuadas por el miedo y la inseguridad, como ocurre, por ejemplo, en regímenes que carecen de legitimidad política, entre los insurgentes atrapados en un ciclo de venganza por agravios pasados, o en sistemas sociales que no son capaces de procesar las presiones para un cambio rápido. Allí donde se bloquea el cambio, la resolución del impasse puede requerir un cambio de líderes, una nueva constitución, o incluso una nueva generación de líderes capaces de redefinir las cuestiones. Algunas veces, la guerra es la última y desesperada opción para producir tales cambios.
Pobreza y conflicto
A menudo se menciona el vínculo que existe entre la pobreza y el conflicto, pero raramente se expone la naturaleza de ese vinculo. La pobreza no es de por sí una causa suficiente, como puede verse en países pobres que no están en guerra, como Tanzania. La causa no es tanto la falta de recursos per se, como la injusticia: las estructuras sociales, económicas y políticas que mantienen el dominio de un grupo situado al interior del centro del poder sobre otros grupos situados en su periferia, hasta el punto de negarles los derechos económicos, sociales y políticos más básicos. Johan Galtung ha acuñado el término 'violencia estructural' para describir estas pautas. Otros prefieren el termino de 'injusticia estructural'. El apartheid es un ejemplo obvio. En la base, esas estructuras se traducen para los pobres en carencia de tierra, salarios de subsistencia, mala salud, analfabetismo y falta de control sobre sus propios asuntos. Las estructuras formadas por los grupos que se encuentran dentro y fuera de los centros de poder operan tanto a nivel nacional como internacional: a través de esquemas inequitativos de tenencia de la tierra, de prácticas laborales explotadoras, de falta de acceso a la educación y a los servicios de salud, de fuerzas de seguridad represivas, de un sistema judicial corrupto, y de una prensa amordazada. Otras estructuras y procesos son internacionales: la carga de la deuda, los injustos términos del comercio, la ayuda inadecuada y las alianzas coercitivas.
El impacto de esas estructuras en la base es que las organizaciones comunitarias son acosadas o eliminadas, los vehículos y los trabajadores son atacados, y los líderes comunitarios son intimidados, secuestrados, encarcelados o asesinados. Como reacción, la sociedad se polariza en campos enfrentados, y el espacio político para los grupos de desarrollo independientes se cierra rápidamente. Es importante reconocer el papel que tiene la violencia estructural y los abusos de derechos humanos que la acompañan a la hora de provocar levantamientos populares. Estos pueden ser al principio altamente localizados, reacciones a incidentes 'micro'. No obstante, si los agravios no se corrigen, y el Estado es incapaz de reprimir a la oposición con efectividad, lo más probables es que esos levantamientos locales se fundan con el tiempo en una rebelión generalizada.
El Estado caótico
El análisis sobre los grupos que están dentro y fuera de las estructuras de poder implica un centro fuerte y una periferia débil. Pero en otros casos, la ecuación se invierte: órganos estatales débiles en el centro se enfrentan a grupos poderosos en la periferia, lo que tiene como resultado un Estado caótico, como ocurre en Líbano, Afganistán o Uganda. Aunque muchos conflictos civiles han sido exacerbados por rivalidades externas, hay algunos en los que los apoyos externos han sido posiblemente el factor determinante en la desestabilización de un gobierno central sin afianzar.
El papel de las ONG
Cuando las sociedades se vuelven hacia la reconstrucción, y los gobiernos se comprometen a trabajar en pro de la justicia social, para las ONG puede ser una opción trabajar con diversos departamentos gubernamentales a efectos de fortalecer sus capacidades para lograr un buen gobierno. Las ONG del norte también pueden jugar un papel, coordinándose estrechamente con sus propios gobiernos, de forma que en las necesidades de ayuda para la reconstrucción se incluya la ayuda bilateral para la democratización y la protección de los derechos humanos. Las ONG de Canadá, Holanda y los países escandinavos han sido líderes al respecto (Tomasevski, 1989).
El impacto en el conflicto
Aunque la guerra es vista frecuentemente en términos de muerte y destrucción, la realidad es que la guerra produce una gama mucho más amplia de efectos económicos y sociales para la gente que vive en la pobreza, incluso para aquellos que viven lejos de los combates. Es en el plano económico en donde antes se hace sentir la propagación de la violencia: puestos de salud cerrados, profesores ausentes, mercados y tiendas vacías. También supone escasez de alimentos, debido a la desarticulación de la agricultura, el transporte y el comercio. Las economías rurales de subsistencia se debilitan deliberadamente: las cosechas son saqueadas o quemadas por los soldados, los agricultores son mutilados por las minas, y el reclutamiento forzoso resta trabajo productivo. La desintegración económica conduce a la falta de oportunidades para la generación de ingresos. Muchos gestores y técnicos capacitados utilizan sus recursos para escapar. Aquellos que optan por quedarse se convierten en objetivos para la represión. La guerra, finalmente, puede llevar al colapso económico y a la indigencia. Cuando esto coincide con la falta de lluvia y se utiliza deliberadamente la privación de alimentos como estrategia de guerra, el resultado es la hambruna, como ha ocurrido en Etiopía, Sudán, Somalia, el norte de Uganda, Mozambique y Angola (Duffield, 1991).
Los costes sociales son también altos. Las operaciones militares son la causa del desplazamiento de las familias y la desintegración de las comunidades. Los pobres se encuentran atrapados por las fuerzas de seguridad, por un lado, y por los insurgentes, por otro. En muchos conflictos, el uso deliberado del terror para intimidar a la población ha costado miles de víctimas entre los no combatientes. Los supervivientes arrastran consigo recuerdos angustiosos de ataques, separaciones y pérdidas familiares, desplazamientos de la comunidad y la tierra, y quizás secuestros, violaciones y torturas. Los psiquiatras se refieren a la tendencia individual, que se observa incluso entre los profesionales de la salud, a apartarse de los supervivientes de la violencia (Goldfeld, 1988). Allí donde el trauma ha afectado a un gran número de personas de una comunidad, puede resultar difícil reconstruir la confianza y la cohesión necesarias para la recuperación de postguerra, las ONG están todavía en los comienzos de la búsqueda de un papel adecuado, sensible a la cultura, para responder a los traumas generalizados que la guerra provoca entre los refugiados y los desplazados.
Salta a la vista que la desmoralización, el empobrecimiento, el caos y las fracturas sociales creadas por la guerra dañan la capacidad de una sociedad para su desarrollo a largo plazo. Pero la experiencia de Zimbabwe, Nicaragua, Eritrea y Sudáfrica muestra que el conflicto también puede crear nuevas formas de actuar y nuevas estructuras sociales, y la solución política a la que da paso puede abrir nuevas posibilidades para el desarrollo.
Cómo evolucionan los programas: los socorros y el desarrollo
El programa de socorros de alto perfil con su espectacular llamamiento al público, evaluación rápida, y procedimiento especial de financiación transmite el mensaje tácito de que la respuesta adecuada ante un conflicto por parte de las ONG es un programa de emergencia. A pesar de muchos años de guerra, tales proyectos de emergencia 'de corto plazo', de carácter paliativo, aún representan la mayor parte de las respuestas de las ONG a los conflictos de Etiopía, Sudán, Uganda, Angola y Mozambique. Este trabajo, por muy valioso que haya sido para aliviar sufrimiento inmediatos, ha tenido poco impacto en los problemas subyacentes y en las causas del conflicto. Los paquetes de comida, que son una respuesta apropiada frente a los desastres naturales, son inadecuados como única respuesta al conflicto. Se necesita una valoración cuidadosa antes de llevar a cabo ninguna intervención, para asegurar que la respuesta de las ONG al menos no exacerbará los problemas de fondo y las causas del conflicto. Aún más, donde la atención se centra tanto en el proceso como en las aportaciones de ayuda, se pueden encontrar oportunidades para empoderar a los beneficiarios y a los grupos locales, y particularmente a las mujeres.
Además de la respuesta de emergencia, las ONG pueden llegar a ser más efectivas en general en su respuesta frente a los conflictos cuando comprenden cómo crecen y se modifican los programas, conforme se identifican y se da respuesta a los problemas y a las oportunidades. Se pueden distinguir cuatro etapas: daño, crisis, consolidación y recuperación. En la primera, la violencia emergente da lugar a que los programas en curso tengan que ser interrumpidos. En la segunda etapa, la intensificación de la violencia da lugar a un punto de inflexión en el que el desarrollo queda a un lado y surgen los programas de socorros de corto plazo. En la tercera, los programas adquieren características 'de desarrollo'; es decir, planificación de largo plazo, valoraciones socioeconómicas posteriores, democratización, fortalecimiento institucional, capacitación técnica y una creciente autodependencia. Y finalmente, cuando se alcanza un acuerdo de paz, se plantea la tarea de la recuperación.
Fase 1: daños. El retroceso del programa de desarrollo
En países en los que los programas de desarrollo de largo plazo son paulatinamente sobrepasados por el conflicto, la tendencia ha sido insistir en el desarrollo frente a la creciente polarización política, la violencia, la incertidumbre y el deterioro económico. Las ONG tratan de mantener vivos e independientes los proyectos para las comunidades vulnerables. En la cada vez mayor atmósfera de sospecha, es también importante, aunque cada vez más difícil, mantener el espacio de diálogo entre las ONG.
Fase 2: crisis. Del desarrollo a los socorros
Cuando la intensidad de la violencia y el empobrecimiento fuerza a las ONG a volver a valorar los propósitos y el diseño de sus programas se llega a un punto de inflexión. Los programas de desarrollo quedan a un lado. Los titulares de los proyectos se preparan para hacer frente a necesidades urgentes relacionadas con el conflicto, pero trabajan con la sensación de estar llevando a cabo una operación de carácter temporal hasta que las cosas mejoren. No son posibles los planes de largo plazo. Como declaró un trabajador de desarrollo en Líbano en 1984, «Lo que se está haciendo cada vez más y más claramente es algo tan intrínsecamente absurdo como tratar de iniciar un proceso de desarrollo en una sociedad que está derrumbándose en todos los niveles y de todas las formas, sea económica, política, social, cultural o moralmente. »
Fase 3: Consolidación. Actuar para el desarrollo en el conflicto
Al cabo del tiempo, el conflicto se asienta en una pauta regular, y los titulares del proyecto adquieren más experiencia. Tanto las ONG financiadoras como los titulares del proyecto hacen balance, lo que conduce a la aplicación de normas más estrictas para la valoración de los proyectos y a un mayor compromiso con centrarse en las pobreza, las estructuras participativas, y la conciencia de género.
Como resultado, empiezan a salir a la superficie críticas sobre proyectos diseñados de forma precipitada. Tienen lugar evaluaciones y revisiones. Los titulares de los proyectos emprenden acciones de desarrollo institucional, y profesionalizan su enfoque con una adecuada capacitación y dotación de personal. Los programas de emergencia y de recuperación dan paso a los de organización social y a la comunicación, con vistas a tratar los problemas de más largo plazo creados por el conflicto, e incluso algunas de las causas de éste.
En Líbano, por ejemplo, donde la fragmentación y el sectarismo eran una de las causas principales del conflicto, una ONG podía optar por trabajar con socios no sectarios, y financiar actividades culturales y con jóvenes para poner los cimientos de un país más unido. Donde los derechos de las minorías han sido una fuente de discordia, como entre los grupos indígenas de Guatemala y de la Costa Atlántica de Nicaragua, podría ser posible apoyar acciones para fortalecer la identidad cultural y reducir el aislamiento. Donde el Norte ha sido importante como factor del conflicto, entran en juego las campañas y las alianzas , como en el caso de Camboya, Nicaragua y el África Austral.
Fase 4: planificación para la paz
Cuando el acuerdo está cerca, la atención tiene que dirigirse a la construcción de la paz. El concepto de recuperación debe ampliarse para incluir no sólo las necesidades de aportes para la economía rural, como semillas y herramientas, sino también estrategias de empoderamiento y de defensa (advocacy) que tratarán de abordar el ciclo de más largo plazo de la violencia. Estas son algunas de las cuestiones que se incluyen en una planificación para la paz:
" Las dificultades para pasar de un enfoque de socorros basado en aportaciones, a un enfoque de desarrollo basado en la autosuficiencia. El hábito de la dependencia está arraigado tan fuertemente que las ONG pueden tener que cerrar algunos proyectos y abrir proyectos nuevos con otros titulares.
" Las estrategias para evitar convertirse en operacionales, como la creación de redes anticipando el acuerdo, con el objeto de identificar posibles socios para los proyectos.
" Las crecientes necesidades de capacitación en habilidades de negociación, cuando los antiguos enemigos se juntan y la oposición obtiene un papel político en todos los niveles, como en Namibia, Sudáfrica y Nicaragua.
" La necesidad de políticas, de estructuras y de un plan nacional de desarrollo, como en Namibia y en Camboya.
" La importancia de mantener un espacio de independencia para las ONG. El gobierno actual puede no ser el mismo en el plazo de unos años, y las ONG que han llegado a ser identificadas con un lado o con otro pueden verse marginadas cuando el poder político empieza a cambiar.
" La necesidad de un activo cabildeo (lobbying) en favor de la ayuda oficial para la reconstrucción, que cubra no sólo las medidas económicas sino también las acciones de democratización y de derechos humanos.
Factores que bloquean la evolución de los programas
La revisión de la experiencia de las organizaciones de desarrollo sugiere que son tres o más los años que transcurren antes de que cualquier programa relacionado con el conflicto progrese más allá de la crisis hacia un esfuerzo de desarrollo en el conflicto. La cuestión debería ser si las ONG podrían llegar antes a dicha consolidación.
¿ Porqué manifiestan las ONG tales dificultades en avanzar hacia los programas que se enfrentan a los problemas de fondo y a las causas del conflicto? ¿Cuales son los factores de bloqueo? Ciertamente, es el permanentemente alto nivel de violencia; tal vez también es la falta de interlocutores adecuados.
Pero también pueden ser factores internos de las ONG los que estén bloqueando dicho cambio. Cuando se hace una distinción rígida entre los socorros y el desarrollo, los programas pueden evolucionar con lentitud. La selección del personal también puede ser un problema: el personal más adecuado para las situaciones de socorros de emergencias puede no tener experiencia de desarrollo. El aislamiento del personal puede ser otro obstáculo. Para algunas organizaciones pudiera influir en las intervenciones la facilidad y la atracción de las actividades de recaudación de fondos para actividades de socorro de corta duración y de alto perfil. Las organizaciones deben preguntarse a sí mismas cómo pueden superar estos obstáculos internos.
Nuevo personal, visitas externas, y supervisión exterior actúan a menudo como un catalizador en la evolución del programa. Si están suficientemente preparadas, las conferencias regionales pueden promover una reflexión más amplia y un enriquecimiento mutuo. También se ha sugerido que los programas relacionados con los conflictos deberían ser revisados con más frecuencia.
Definir objetivos
Mientras que las emergencias de alto perfil derivadas de conflictos crean su propio impulso, como en el desplazamiento de los kurdos en Irak en 1991, algunas ONG del Norte se han vuelto cautelosas a la hora de iniciar acciones de socorros en un país nuevo, en el que no habían estado trabajando en desarrollo. Otras, sin embargo, acogen favorablemente la oportunidad de introducirse en un país nuevo, en el que un programa de socorros puede conducir posteriormente a un trabajo de desarrollo.
Ante una situación de conflicto, no es suficiente la respuesta, ajena a todo cuestionamiento, del suministro de agua, comida y abrigo. La ONG también tienen que hacer un esfuerzo para analizar las raíces del conflicto y los problemas que éste crea para los pobres, y a partir de ello identificar el papel más efectivo para la ONG, con un programa coherente que aborde las cuestiones clave. Por supuesto, este análisis no puede tener lugar sin un conocimiento básico de la cultura y sin una buena comprensión de los factores políticos, sociales y económicos. Los objetivos de largo plazo que pueden desarrollarse a partir de este análisis pueden incluir asegurar el suministro de alimentos, facilitar la recuperación económica, social y ambiental, apoyar los esfuerzos de los desplazados para regresar a sus hogares, oponerse a los abusos de los derechos humanos, empoderar a las comunidades para resistir la opresión, afirmar su identidad cultural, unir las fracturas sociales, abordar la necesidad de paz, o realizar campañas contra ciertas políticas oficiales.
Opciones limitadas
Las opciones abiertas a las ONG estarán limitadas, sin embargo, no sólo por la intensidad de la violencia, sino también por el nivel general de desarrollo económico y social, el clima político, y la presencia de otras organizaciones. Entender esto ayuda a responder la persistente pregunta de por qué son tan distintos los perfiles de los programas de Centroamérica respecto a los de Sudán o Mozambique. En zonas en las que existen organizaciones locales adecuadas, y donde la educación popular está generando luchas por la obtención de poder y la justicia económica y social, las ONG donantes encontrarán oportunidades para ir más allá de la fase de socorros en sus programas, tal y como se abogó anteriormente. De esta forma las intervenciones podrían incluir trabajo de fortalecimiento de las organizaciones populares, derechos humanos, trabajo de desarrollo con refugiados y desplazados, y trabajo de comunicación para promover un análisis crítico de la situación.
Estas opciones, lamentablemente, pueden no existir en otras muchas situaciones de conflicto. A menudo existen pocas organizaciones independientes con las que trabajar. La violencia generalizada impide las operaciones; y la situación hace difíciles las acciones de defensa y mediación (advocacy) y de derechos humanos. La única opción bien pudiera ser entonces una acción de sostenimiento en el contexto de una crisis en marcha.
Conclusión
Sin embargo, las dificultades y dilemas antes descritos no deben impedir que las ONG reflexionen sobre su enfoque frente a los conflictos. Son inmensas las cantidades de dinero público que se destinan a ayuda relacionada con el conflicto, y las ONG tienen la obligación de hacer buen uso del mismo, y de ser responsables de hacerlo.
La necesidad más acuciante es la de revisar el trabajo relacionado con los conflictos, más frecuentemente, y de dar al personal preocupado por esta cuestión la oportunidad de distanciarse de sus programas , a menudo a merced de la crisis, para poder reflexionar. A su vez, esto implica que hay que poner más recursos en la capacitación del personal, con el objeto de intercambiar las mejores experiencias entre los trabajadores de los socorros y los de desarrollo, para ampliar ideas sobre los objetivos de dichos programas en los conflictos, y las opciones para promover el desarrollo en situaciones de conflicto específicas. Hay que encontrar una forma de capacitar al personal de socorros para realizar rápidas valoraciones socioeconómicas, y particularmente sobre las necesidades de las mujeres.
Existe específicamente la necesidad de compartir ideas, investigación y experiencia en cuatro temas cruciales:
" Los programas por los que es posible optar en aquellos casos en los que el trabajo tradicional en las zonas de conflicto realmente refuerza a gobiernos represivos.
" Trabajar con organizaciones de derechos humanos en situaciones de conflicto.
" El papel adecuado de las ONG en el tratamiento de traumas de guerra, tanto en situaciones de socorros como de desarrollo.
" En situaciones de postguerra, cómo desarrollar capacidad endógena en un país para manejar futuras situaciones de conflicto de una forma más constructiva, a través quizás de organizaciones que puedan ofrecer capacitación a grupos comunitarios, sindicatos, fuerzas de seguridad, trabajadores juveniles, personal de salud, y funcionarios de las administraciones locales.
Para finalizar, las organizaciones necesitan ser más abiertas para compartir las experiencias y los dilemas causados por el trabajo en situaciones de conflicto. En el contexto del final de la guerra fría, tienen un papel importante que desempeñar ayudando a construir sociedades civiles que posean los recursos para romper el ciclo histórico de la violencia.
Referencias y bibliografía
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Wallace, Tina, 1990, 'Refugee Women, Their Perspectives and Our Responses', documento presentado al Refugee Consortium, Institute of Social Studies, La Haya
La autora
Linda Agerbak ha trabajado en el sudeste asiático durante seis años como consultora de desarrollo y periodista, antes de ser comisionada por Oxfam (Reino Unido e Irlanda) para llevar a cabo un estudio acerca de la respuesta de las ONG al conflicto armado. Recientemente ha ayudado a establecer Cardiff Mediation, un proyecto de conciliación vecinal en Gales.
Este artículo se publicó originalmente en Development in Practice, volumen 1, número 3, en 1991.