Entender la diferencia y construir solidaridad: un reto para las iniciativas de desarrollo
Mary B. Anderson
Todas las personas difieren, sea como individuos, como grupos o como sociedades. Los que trabajamos en el marco de amplios movimientos sociales, incluyendo el(las) área(s) del desarrollo social y económico internacional, debemos reconocer que esas diferencias existen incluso cuando intentamos aplicar soluciones globales a problemas de gran amplitud y magnitud.
En la teoría y la práctica del desarrollo de los años cincuenta y sesenta se asumía de forma generalizada que la pobreza era más o menos homogénea, y que los esfuerzos realizados para lograr la reducción efectiva de la pobreza podrían, en un período de tiempo razonable, extenderse lo suficiente como para alcanzar a la mayoría de la gente. La experiencia ha demostrado que estos supuestos eran erróneos. En los últimos treinta años, en consecuencia, cada vez más analistas, responsables de política y trabajadores del desarrollo (a menudo como respuesta a la evidencia planteada por grupos que se vieron excluidos de estos esfuerzos) han identificado distintas categorías de personas que son "dejadas fuera" de los procesos generales de desarrollo, y que, por ello, requieren especial atención en materia de planificación. A partir de la experiencia práctica y de su estudio hemos aprendido, en concreto, que ciertos grupos, como las mujeres, las personas mayores, los niños, así como cualquier otra persona marginada por razones de etnia, raza, religión o lengua, frecuentemente no participan o no se benefician de los programas de desarrollo que se aplican con carácter general, incluso cuando se reconoce que estos programas cumplen "con éxito" sus objetivos declarados. Hemos aprendido que ser conscientes de las estructuras sociopolíticas intrínsecas que determinan las funciones sociales y económicas en cualquier sociedad es un ingrediente esencial para una planificación de desarrollo eficaz.
Los artículos reunidos en esta recopilación versan sobre diversas categorías de personas y analizan la asignación de roles, tanto naturales como construidos socialmente, que hacen de sus circunstancias una preocupación especial para los trabajadores del desarrollo. Plantean y examinan los elementos centrales de la ceguera cultural propia de proveedores "externos" de ayuda que no reconocen la realidad de los receptores "internos" de ésta (1). Además, proponen cambios importantes y útiles en el pensamiento y en la planificación; cambios necesarios para que la ayuda al desarrollo atienda a todos aquellos a los que se supone debe atender. Las ventajas y la necesidad fundamental de reconocer las diferencias y la diversidad quedan ampliamente demostradas en estos artículos.
En esta introducción, sin embargo, adoptaré un enfoque un poco distinto. Expondré cómo el énfasis que la ayuda internacional al desarrollo está poniendo actualmente en el reconocimiento de las diferencias y en la valoración de la diversidad tiene un impacto tanto positivo como negativo. En la primera sección comenzaré examinando las mejoras que se logran en la planificación del desarrollo cuando se reconocen dichas diferencias. En la segunda sección pasaré a examinar las dificultades surgidas, tanto en la planificación como en los resultados, cuando las metodologías que resaltan las diferencias se aplican de manera inadecuada. En la tercera sección reuniré las dos anteriores y analizaré la importancia de programar a partir de las diferencias, pero haciéndolo de forma que puedan unir, y no separar, los intereses de las personas, y de forma que aboguen por un progreso social en común, y no por el empoderamiento de sub-grupos especiales (aunque ello esté justificado). He llegado a la conclusión de que todos los que trabajamos en el ámbito internacional hemos de encontrar la forma de mantener un equilibrio entre la apreciación de las diferencias y la afirmación de una identidad compartida, entre programar de acuerdo con circunstancias especiales, y programar para la gente común.
Lo "bueno" de reconocer las diferencias y de apreciar la diversidad
El reconocimiento de las diferencias
Como ya se ha indicado, las primeras acciones de ayuda al desarrollo no contemplaron las diferencias existentes dentro de las comunidades y, por ello, no lograron integrar ni beneficiar a todas los componentes de la sociedad. Como consecuencia de este fracaso, algunas personas se beneficiaron de la ayuda internacional mientras que otras fueron sistemáticamente excluidas y desfavorecidas. La mujer fue el primero entre los distintos grupos excluídos. País tras país, proyecto tras proyecto, las evidencias acumuladas durante los años setenta y los ochenta muestran que la ayuda al desarrollo benefició a los integrantes masculinos de la sociedad a expensas de los integrantes femeninos (2). Los hombres tuvieron acceso a recursos técnicos y las mujeres no; los niños fueron escolarizados y terminaron la educación básica en una proporción mucho mayor que las niñas; se fomentaron los cultivos de renta en gran medida en manos de campesinos varones a costa de los cultivos alimentarios, que eran responsabilidad de las mujeres. Además, también han aparecido evidencias de que la distribución de las mejoras obtenidas a través de la ayuda al desarrollo no fue compartida equitativamente dentro de las familias o los hogares. A menudo se alimentó a los miembros varones de las familias antes que a sus madres, esposas, hijas y hermanas; cuando los recursos familiares eran escasos, los padres llevaban a los hijos varones al médico si estaban enfermos pero preferían esperar, a veces demasiado tiempo, hasta ver si sus hijas mejoraban sin asistencia médica antes de llevarlas a la clínica; los varones que obtenían un salario extra por su trabajo o por la venta de las cosechas comerciales, adquirían artículos "de lujo" como radios o bicicletas, mientras que las mujeres, cuyas fuentes de ingreso estaban disminuyendo, seguían estando a cargo de la alimentación, la salud y la educación de la unidad familiar; y al verse forzadas a afrontar las crecientes necesidades de la familia con menos recursos, favorecieron a los hijos varones frente a las hijas, reforzando así el ciclo de beneficiados y desfavorecidos .
No sería posible exagerar la importancia de reconocer estas consecuencias del cambio económico; consecuencias involuntarias pero sistemáticas, y a menudo surgidas y/o alentadas por la ayuda externa. El impacto dañino de la ayuda sobre las mujeres y sobre sus familias continuó en tanto éstas fueron "invisibles" a los ojos de los programadores de la ayuda al igual que lo eran sus funciones como productoras y distribuidoras en la esfera económica. Muchos proyectos de desarrollo han fracasado porque aquellos que los diseñaron y ejecutaron no reconocieron la importancia del análisis de género. Como consecuencia, los escasos recursos empleados en el desarrollo no han producido, tal y como se pretendía, amplios beneficios sociales y económicos. La atención prestada a la mujer y el desarrollo, y la introducción y el perfeccionamiento del Análisis de Género han hecho una contribución a la teoría y a la práctica del desarrollo que ya no debería ser cuestionada por nadie con experiencia en este campo.
Conforme ha aumentado la experiencia de análisis de los roles y las circunstancias de la mujer, también se ha ido dando más importancia a la apreciación de otras diferencias. Los analistas y los profesionales del desarrollo descubrieron que el supuesto de que cualquier población beneficiaria era homogénea era un error que conducía a una planificación ineficaz. Además de tener en cuenta las diferencias de rol y posición social de mujeres y hombres, también nos resultó útil "desagregar" a la población, según procedieran de un entorno urbano o rural, por grupos de edades y, a menudo, según sub-grupos poblacionales definidos por el idioma, la etnia, el clan, la religión o la raza.
Es importante observar que nuestra motivación para identificar a los citados grupos nació, en primera instancia, de experiencias negativas. Fuimos alertados de la importancia de las diferencias porque observamos que los programas planificados sin prestar atención a dichas diferencias no llegaban a todo el mundo. Las categorías de personas a quienes identificamos fueron, en general, identificadas como "marginadas" o "vulnerables". Volveremos sobre este asunto más adelante, a lo largo de la segunda sección.
La adopción de las metodologías de desagregación (3) aportó diversas mejoras a la planificación del desarrollo.
En primer lugar, con estas metodologías se superó un problema sumamente importante: el de la "invisibilidad". En otras palabras, estas metodologías alertaron a los trabajadores del desarrollo del hecho de que las diferencias existen, y les condujeron a analizar el porqué de su existencia y el cómo éstas interactúan con la implementación de las actividades de desarrollo. Tanto el reconocimiento de las diferencias como la subsiguiente comprensión de su situación y su dinámica dentro de las sociedades fueron elementos esenciales para entender el contexto en el que debía iniciarse cualquier acción.
En segundo lugar, saber que algunos grupos fueron excluidos de una inclusión automática en las mejoras promovidas por la ayuda, permitió que ésta fuera dirigida y afinada de tal forma que pudiera alcanzar a aquellos grupos cuyas necesidades especiales fueron identificadas, y que de otra forma, habrían sido dejados al margen.
En tercer lugar, comprender cómo se produce la exclusión de algunos grupos permitió que los trabajadores del desarrollo elaboraran estrategias más inteligentes y precisas para superar las situaciones de desventaja a través de la ayuda al desarrollo. Si una situación de desventaja era "natural" es decir, el resultado inevitable de características innatas de un cierto grupo, los programas se debían desarrollar como un acto de beneficencia, con el simple objetivo de cubrir las necesidades de dicho grupo. Sin embargo, el reconocimiento de que los sistemas por los que ciertas personas se han visto marginadas por condiciones "naturales" como el sexo, la edad o la raza son construidos socialmente significa que se podrían concebir estrategias para modificar y reconstruir esos sistemas a fin de acabar con la marginación.
Finalmente, el reconocimiento de las diferencias y de los sistemas que la refuerzan han permitido que los trabajadores del desarrollo puedan definir prioridades entre demandas que compiten por recursos escasos. Tras observar cómo los sistemas vigentes inmovilizan a ciertas personas en posiciones desfavorables, es posible establecer prioridades entre varias opciones de programas con el fin de centrar las acciones y los recursos en las estrategias que enfrenten más eficazmente dichos sistemas, y que permitan que estas personas salgan de las trampas del empobrecimiento.
Estas mejoras, obtenidas al reconocer las diferencias y las formas en las que éstas se crean y se re-crean sistemáticamente, son magníficas. La actuación en el campo del desarrollo (internacional o autóctono) ha mejorado notablemente desde que se han aplicado las metodologías de desagregación que se han desarrollado durante las dos últimas décadas.
Apreciación de la diversidad
La comunidad dedicada a la ayuda al desarrollo ha ido aprendiendo a reconocer y a diseñar programas de forma que incorporen las diferencias, a la vez que se ha ido dando la debida importancia a la apreciación de la diversidad. (Los artículos de esta recopilación dan fe de la importancia y del ímpetu de este movimiento).
Volviendo a los años cincuenta y sesenta, la ayuda internacional al desarrollo otorgada por los países del Norte a los del Sur presuponía generalmente que sólo había un modelo de desarrollo, basado en la experiencia europea y norteamericana durante la Revolución Industrial (4). Y, de nuevo, la evidencia que aportaron las acciones de desarrollo que fracasaron mostró el desacierto de esta suposición. Los trabajadores del desarrollo terminaron viendo y valorando el hecho de que las culturas difieren, y que los modelos de desarrollo deben tener muy presente la diversidad si pretenden tener éxito.
De esta forma, la diversidad sociocultural la gran variedad de maneras en las que las personas organizan sus sistemas de creencias y de valores, de trabajo y de supervivencia, y de convivencia y relación con los otros ha adquirido un lugar central en el pensamiento y en la planificación del desarrollo. La apreciación de la diversidad obliga a abandonar los enfoques del desarrollo que se basan en fórmulas preestablecidas. Las realidades de los contextos locales han adquirido un lugar prioritario en la planificación de programas y estrategias para el desarrollo.
Varias son las mejoras que se producen cuando se reconoce y aprecia la diversidad en la planificación del desarrollo.
La primera ventaja es nuevamente la toma de conciencia. Los fracasos anteriores (¡y actuales!) en la planificación del desarrollo suelen reflejar los desajustes que existen entre las expectativas y los valores que se importan de un contexto y las realidades del contexto en el que éstos se aplican. Para lograr una programación y una planificación acertada es esencial contemplar y apreciar como válidas las realidades y las capacidades de las personas a las que pretenden apoyar las acciones de desarrollo.
En segundo lugar, cuando los que proporcionan ayuda al desarrollo aprecian las realidades locales y las incorporan directamente a los planes para promover procesos de cambio orientados al desarrollo, se asegura que la población local, aquella que lleva a cabo el trabajo de su propio desarrollo, asumirá la responsabilidad y la propiedad de los procesos y la orientación de éste. Este asunto es esencial para lo que se conoce actualmente como "sostenibilidad".
En tercer lugar y esto es probablemente lo más importante, cuando los trabajadores del desarrollo (especialmente aquellos que actúan como "expertos") aprecien verdaderamente la diversidad sociocultural, ellos emprenderán su labor (sea un compromiso a largo plazo o una consultoría de corto plazo) a partir de un auténtico respeto hacia las personas con las que trabajan. Hay sólidas pruebas que muestran que respetar la cultura y las capacidades de esas personas por parte del que otorga la ayuda es un determinante importante, si no el principal, de que dichas personas sean motivadas para comprometerse con la actividad del desarrollo y, de esta forma, de que se consiga que la ayuda alcance los resultados previstos.
Indudablemente, hay argumentos sólidos a favor de que una planificación del desarrollo efectiva deba estar basada en el reconocimiento de las diferencias y en la apreciación de la diversidad. Son muchas las mejoras que se derivan de ambas cosas. Desafortunadamente, la experiencia también muestra que un énfasis indebido en la desagregación de grupos de población y en la apreciación de la diversidad cultural para enfocar las actividades de planificación puede tener consecuencias tanto negativas como positivas.
Posibles consecuencias negativas de una planificación basada en las diferencias y en la diversidad
Reconocimiento de las diferencias
Como ya hemos dicho, la atención prestada a las diferencias fue motivada en un principio por el reconocimiento de que ciertos grupos fueron perjudicados de forma regular por el modelo de desarrollo dominante. Por ello, las metodologías de desagregación se dirigieron principalmente hacia la identificación de cuestiones problemáticas. Es decir, que la desagregación se utilizó para identificar a grupos "vulnerables" o "marginados". Con ello, lo que suele ocurrir es que las iniciativas para el desarrollo se emprenden sólo en función de necesidades y privaciones, y no son capaces ni de reconocer las capacidades de los grupos a los que se ofrece la ayuda, ni de basarse en ellas. La situación de la mujer nos proporciona un ejemplo. Al tiempo que se reconoce comúnmente que la mujer se encuentra marginada del poder político y económico, y que, por tanto, es más vulnerable que el hombre a la pobreza y a las situaciones de crisis, también es común asumir que lo femenino equivale automáticamente a "vulnerabilidad". Aunque es cierto que la mujeres son efectivamente más vulnerables que los hombres a la marginación y a sus consecuencias, también es verdad que tienen inmensas fortalezas. Ellas producen, organizan, alimentan, mantienen hogares en medio de la dificultad, etc... Aunque no es necesario ni inevitable que el prestar atención a las diferencias y a la vulnerabilidad resulte en ignorar las capacidades, la experiencia muestra que esto ocurre con demasiada frecuencia.
En segundo lugar, entre las agencias de desarrollo que reconocen que es importante identificar las diferencias como método para enfocar sus programas, existe la tendencia de percibir y tratar a todos los grupos vulnerables de la misma forma. Hemos visto, por ejemplo, reiteradas referencias a "mujeres y niños" como si formaran un solo grupo y sus circunstancias fueran las mismas. Por supuesto que es verdad que las cuestiones relativas a la mujer incluyen y de ahí que se solapen las de la infancia. Sin embargo, mientras que los niños (al menos los más pequeños) dependen totalmente de otros para sobrevivir, las mujeres no.
Situar a mujeres y niños dentro de una misma categoría de planificación oculta, de nuevo, las capacidades de la mujer, las infantiliza y tiene como resultado una planificación burda. También es un error unir grupos minoritarios diferenciados, o juntar personas de otras categorías desfavorecidas, sin realizar un análisis minucioso.
En tercer lugar, la clasificación de las personas puede ocultar las notables diferencias que existen dentro de un grupo. Volviendo al ejemplo de la mujer, no todas las mujeres son iguales. En algunos casos, el hecho de que la mujer sea rica o pobre, de la ciudad o del campo, y tenga o no estudios, puede ser un factor determinante de sus circunstancias y, por tanto, de programas que apoyen su desarrollo más importante que el hecho de que sea mujer per se.
En cuarto lugar, enfocar las actividades dependiendo de un método basado en la clasificación de las personas ha contribuido a que algunas agencias de desarrollo definan sus programas dando por hecho que el grupo para el que trabajan se encuentra en una posición estática e inmutable, y no inmerso en roles y relaciones dinámicas y cambiantes. Por ejemplo, si una agencia se ha comprometido a trabajar con "los más pobres de entre los pobres", y comprueba a través de un análisis de género que las mujeres están dentro de ese grupo, su personal puede (y se ha visto que así ha ocurrido) no reconocer los cambios que se producen en las circunstancias que afectan a la mujer. Si la planificación fuera eficaz, las mujeres deberían salir de la categoría de "los más pobres" y la agencia podría desplazar su atención hacia otro grupo. Muy a menudo, la identificación de ciertos grupos como meta de los programas dejará de ser adecuada en un momento posterior, pero, debido a que se ha utilizado una categorización de personas fijada de antemano, las acciones de desarrollo pueden seguir estando centradas erróneamente en el grupo designado inicialmente.
En quinto lugar, llamar la atención sobre las situaciones de desventaja a través de la atención a las diferencias, puede dar lugar, en algunos casos, a una planificación mal enfocada. Por ejemplo, si en un contexto determinado las mujeres se encuentran marginadas respecto al empleo, la forma más adecuada de mejorar su acceso al trabajo puede ser concentrarse no en las mujeres mismas, sino en otros elementos del escenario laboral, como la legislación, el transporte o los incentivos empresariales. En muchas ocasiones, cuando se señala a un determinado grupo desfavorecido como necesitado de cambio, los trabajadores del desarrollo sólo dirigen sus acciones a ese grupo, en vez de dirigirlos a otros grupos (posiblemente más favorecidos) que pueden tener en sus manos la clave para el cambio requerido.
Debe quedar claro que ninguna de estas cinco posibles consecuencias negativas de la diferenciación dentro de los distintos grupos de población es inevitable ni ineludible. Representan la utilización errónea o parcial de las herramientas empleadas para mejorar los programas mediante la desagregación.
Cada una de estas situaciones, sin embargo, se produce repetidamente tanto en las operaciones sobre el terreno como en la toma de decisiones en las oficinas centrales. Para evitar la utilización errónea de las herramientas de desagregación, las agencias de desarrollo han de ser conscientes de sus dificultades potenciales y deben desarrollar sus capacidades analíticas para asegurar una clasificación adecuada y dinámica de las diferencias entre las personas en cualquier contexto en el que estén trabajando. Las presunciones acerca de las diferencias sociales que se trasladan de un contexto local a otro sólo serán parcialmente correctas. Será necesario volverlas a examinar y a evaluar después de un cierto período de tiempo y de un lugar a otro.
Apreciación de la diversidad
El énfasis puesto en la importancia de reconocer y apreciar la diversidad cultural puede tener también consecuencias negativas en la planificación del desarrollo. Merece la pena comentar dos posibles dificultades.
En primer lugar, reconocer la diversidad conduce a veces a actuar sólo con enfoques "ad hoc". Si cada lugar y cada cultura es diferente, entonces (según creen algunos) debemos olvidar totalmente las experiencias pasadas cada vez que nos aproximamos a cada nueva área. El resultado es que no se presta ninguna atención a la acumulación y la codificación de las enseñanzas que se obtienen sobre una planificación eficaz.
Esta no es una cuestión fácil. Acabamos de comentar en los párrafos anteriores que las presunciones sobre las diferencias, trasladadas de un contexto local a otro, pueden ser erróneas. Ahora planteamos el peligro que pueden correr los trabajadores del desarrollo que no aprenden de la experiencia y no logren mejorar su eficacia, si considerar que el contexto de cada programa es diferentes respecto a todos los demás lugares. ¿Cómo se puede estar abierto a las diferencias y, al mismo tiempo, aprender de la experiencia acumulada, de forma que los programas de desarrollo sean cada vez más efectivos?
Una de las respuestas a este aparente enigma se encuentra en aprender a formular las preguntas correctas como fundamento del diseño de programas de desarrollo preguntas comunes a todos los entornos, en vez de aplicar una solución única, que probablemente sea inadecuada al pasar de un lugar al siguiente. Las metodologías de desagregación expuestas en la sección anterior ofrecen una forma de formular dichas preguntas. Por experiencia sabemos que en todas las sociedades existen unos grupos desfavorecidos con respecto a otros. Quiénes, porqué y de qué manera ocurre esto varía de una sociedad a otra en función de su diversidad sociopolítica y cultural. La experiencia también nos ha enseñado cómo formular preguntas que nos ayudaran a saber cómo se asignan roles a los diferentes grupos, cómo se reparten los recursos (materiales y políticos), y que factores se esconden tras esos roles, y dan forma a la asignación de éstos, y al reparto de recursos en cualquier sociedad. Reconocer que los modelos son diferentes en cada sociedad, junto con utilizar la experiencia anterior para saber qué buscar y cómo buscarlo, nos permite abandonar las suposiciones y descubrir elementos clave para realizar una planificación efectiva. Por consiguiente, si la desagregación se ha entendido correctamente y la diversidad está bien valorada, no será necesario abordar cada situación con la mente en blanco ni desarrollar programas ad hoc sin sacar partido de la experiencia adquirida.
El segundo dilema que ha aparecido al insistir en la importancia de apreciar la diversidad cultural resulta más complicado. Es la tendencia que convierte la valoración de las diferencias en un relativismo cultural absoluto. Algunos sienten que la apreciación de las costumbres y valores locales implica abstenerse de enjuiciarlas. Todo lo que existe en una sociedad es considerado válido para tal sociedad y, por lo tanto, no debe ser alterado por proveedores de ayuda foráneos. Es muy frecuente, sin embargo, que la valoración de la diversidad cultural sea utilizada para justificar la aceptación de los sistemas de dominación y explotación que existen dentro de las sociedades. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en la afirmación de algunos trabajadores del desarrollo, autóctonos e internacionales, de que la ayuda no debería intentar cambiar las relaciones entre hombres y mujeres en las sociedades a las que ésta se ofrece. De nuevo, la cuestión no es fácil. ¿Cómo se alcanza un equilibrio adecuado entre el compromiso con los valores universales (como la igualdad) y la apreciación de valores locales que divergen de (o niegan) los valores universales con los que uno se ha comprometido?
Las respuestas a este aparente enigma se ofrecen en muchos de los escritos incluidos en este volumen. Las decisiones de las agencias y de los individuos sobre donde y cómo expresar su discrepancia con los valores locales siempre reflejan tanto la profundidad de la discrepancia como las realidades de un contexto dado. Sin embargo, mi experiencia demuestra que un "extranjero" no se encuentra nunca en la posición de representar, por sí solo, ningún valor "universal". Por el contrario, dentro de cada sociedad existen personas y grupos que están comprometidos con la divulgación de los valores considerados "universales". Algunos trabajadores de la ayuda, por otra parte, afirman que la valoración de la cultura local obliga a callar en ámbitos en los que los "extranjeros" discrepan. Esta afirmación es falsa, ya que el propio hecho de trabajar para el desarrollo es una forma de declarar que no todo es está bien en la situación que existe en la zona en la que se trabaja. Todas las acciones de desarrollo y de ayuda humanitaria interactúan e interfieren con las estructuras y los sistemas locales y, si resultan eficaces, refuerzan procesos de cambio en dichas estructuras y sistemas que una parte de la sociedad está buscando, y a los que otra parte, muy probablemente, se resiste. Pretender otra cosa es negar el propósito mismo de este esfuerzo. Un punto de partida para continuar el diálogo y el estudio de las diferencias lo da el reconocimiento explícito de las áreas de discrepancia, junto con el entendimiento de la cultura local y el respeto por la gente, y no por los valores concretos con los que uno está en desacuerdo. Quisiera afirmar que ser franco respecto a las discrepacias en los valores es un elemento de respeto esencial; permanecer en silencio sobre los ámbitos donde hay valores discrepantes es mostrar una falta de respeto por la capacidad del otro para unirse al debate y la búsqueda mutua de un espacio común.
Hemos explorado las dificultades y los problemas que surgen de un reconocimiento inadecuado de las diferencias y de un énfasis demasiado simplista en la apreciación de la diversidad cultural, y hemos sugerido posibles formas de afrontar estas dificultades. Aunque he explorado estos posibles resultados negativos, los lectores no deben tener dudas sobre el compromiso de la autora con las metodologías de desagregación y con la apreciación de la diversidad como elementos esenciales para lograr una ayuda al desarrollo y una asistencia humanitaria eficaces. No es posible ofrecer ayuda internacional (ni interna) sin estos elementos y, por esta razón, debemos estar alertas ante sus aplicaciones erróneas.
Dicho esto, pasamos a un desafío aparentemente nuevo (o quizás muy viejo) que los trabajadores del desarrollo afrontan a medida que tratan de navegar entre los escollos de las diferencias y de la diversidad. Si existe alguna posibilidad de que la exposición anterior sea tergiversada y utilizada como excusa para no realizar un análisis de género y una planificación teniendo en cuenta las diferencias, el peligro de tergiversar lo que viene a continuación es mucho mayor. Advierto y ruego a los lectores que se muestren atentos a los dilemas que pretendo plantear para que más adelante los estudiemos colectivamente, ya que estoy convencida por mi propia experiencia de que si no afrontamos las dificultades que se van a exponer (así como las que ya se han expuesto), correremos el riesgo de hacer más mal que bien a las personas a las que intentamos ayudar.
Cuando las diferencias llevan al conflicto violento generalizado
A lo largo de los últimos años, las visiones de la planificación del desarrollo que se limitaban a la mejora de los niveles de renta han sido sustituidas por visiones más amplias, que incluyen los elementos culturales, sociales y políticos. Los intentos de entender cómo se ha excluído a la gente en la distribución de la riqueza en sus respectivas sociedades, han impulsado no sólo el reconocimiento de las diferencias y de la diversidad, como ya se ha expuesto, sino también la puesta en práctica de programas de acción explícitamente orientados a superar dicha exclusión. Así, muchas acciones de desarrollo han estado centradas en el alivio de la pobreza y, como resultado, han actuado en alianza con los pobres. Las organizaciones no gubernamentales, en particular, han hecho suyas las acciones de desarrollo como una expresión de su compromiso con la justicia y contra la explotación. Estas organizaciones han utilizado la planificación de desarrollo como mecanismo para expresar "solidaridad" con aquellos a quienes ven sufriendo como consecuencia de sistemas injustos. Su compromiso con la justicia les ha exigido ponerse "al lado de" aquellos que sufren la injusticia.
Al hacerse cargo de la justa causa de los pobres, la planificación del desarrollo ha promovido a menudo el enfrentamiento entre aquellos a los que se intenta auxiliar y aquellos a los que se ve como los perpetuadores de sistemas injustos. Los trabajadores del desarrollo hablan de "empoderar" a los que no tienen poder; organizan y alientan a los grupos de mujeres (y a otros grupos) a analizar las causas de la opresión a la que están sometidos, y a reconocer su poder para promover el cambio.
Esto es positivo. La injusticia debe ser enfrentada y el poder compartido. Desde el final de la Guerra Fría, sin embargo, han estallado múltiples guerras basadas en la población civil y en el seno de diversas sociedades. Estas guerras me han obligado a examinar de nuevo el impacto de esas bienintencionadas alianzas con los marginados, que nosotros, en el campo del desarrollo, hemos estado persiguiendo. Un nuevo examen de los enfoques que hemos utilizado en los últimos años muestra que con frecuencia hemos difundido la idea de que el mal que la gente experimenta al sufrir la pobreza, la exclusión, etc... está personificado en algún otro grupo poseedor de riqueza, poder, etc... Hemos identificado "problemas" con personas y hemos alentado a aquellos con los que trabajamos a que también lo hagan.
Este enfoque supone algunos problemas. Permítanme sugerir tres.
En primer lugar, tal como hemos expuesto en la sección anterior, si es un error dar por sentada la homogeneidad de cualquier grupo de personas que identificamos como necesitado de nuestro apoyo, también es un error suponer que los grupos "opresores" son homogéneos. Dentro de cualquier grupo privilegiado existen personas que, aunque se benefician de los sistemas en vigor, se encuentran extremadamente incómodos en ellos. Es frecuente que corran grandes riesgos y a veces sacrifican sus vidas y su sustento para acabar con sus propios privilegios. También hay personas que se benefician de los sistemas sociopolíticos sin saberlo, y personas que están asustadas por la idea de un cambio que (temen) les haría perder sus privilegios, y que les llevaría a ser dominados por otros grupos. Sin embargo, no se trata de gente malvada. Si se les presenta la imagen de un cambio que puede producir ganancias para todos, muchos de ellos se sumarán a los que desean extender la justicia. Si se lo permitieran, el sacrificio de unos pocos y la generosidad de muchos podrían ser aliados para el cambio político y social. Pero etiquetar a algunas personas como "las que están en el poder" ha limitado a menudo nuestra capacidad para establecer diferencias entre ellos y considerarlos valiosos para asociarse con ellos y planificar en común.
En segundo lugar, el énfasis programático en la diferencia y la diversidad ha apoyado, en algunas ocasiones, las tendencias a la división y a la desintegración social. En los vacíos de poder que se han producido tras la Guerra Fría, aparecieron un buen número de líderes oportunistas que han descubierto que su poder podía consolidarse a través de la manipulación de las identidades de los sub-grupos. Con demasiada frecuencia, estos líderes definieron los problemas de sus sociedades en términos de conflictos entre grupos, y animaban a sus seguidores a definir sus propias vías de acceso a la justicia y al poder, en oposición al logro de éstas por parte de otros colectivos. En demasiados casos, estos supuestos líderes han incitado a la gente a lanzarse al conflicto a partir de estas identidades, citando agravios e injusticias pasadas como motivo de la guerra. Pero, país tras país (el actual Afganistán, la antigua Yugoslavia, el sur de Tayikistán, Somalia, y la lista podría ampliarse...) (5) existen pruebas suficientes de que tales "líderes" sólo buscan el poder y (con las técnicas en las que se basan) la perpetuación de la injusticia entre grupos, y no la creación de sistemas que garanticen una justicia amplia e inclusiva.
¿Ha sido la ayuda internacional la causa de estos conflictos? La respuesta es claramente "no". Pero también es evidente que en muchos lugares en los que recientemente se han desencadenado guerras, no han sido los pobres ni los marginados los que los han iniciado como "revolución popular" (aunque esta es la gente que suele alistarse en las fuerzas contendientes, ya que no hay muchas más oportunidades de empleo en sus respectivas sociedades). A pesar de que las situaciones de desventaja y la injusticia se citan a veces como las "causas fundamentales" de las guerras, hay claras evidencias de que las guerras civiles en las que antiguos vecinos, compañeros de trabajo e incluso miembros de un misma familia levantan las armas unos contra otros, hacen muy poco en favor de la igualdad y la justicia. Además, desgraciadamente, hay algunos datos que muestran que la promoción de la diferencia por parte de la comunidad de la ayuda internacional puede ponerse al servicio de y reforzar el divisionismo social allí donde éste existe.
Finalmente, si buscamos identificar a los sub-grupos que han sido silenciados al fusionarse en el conjunto de la sociedad, uno podría preguntarse ¿Hasta dónde deberíamos llegar? ¿Se irán haciendo más y más pequeños los sub-grupos que merecen apoyo externo para que se reconozcan sus derechos? ¿Se formarán las identidades a partir de historias más y más especiales y particulares? Si la respuesta es afirmativa, ¿Cómo podrán las sociedades soportar las fuerzas centrífugas que despiertan tales sub-grupos? (6)
Hacia un equilibrio entre la diferencia y la igualdad
Comenzamos este ensayo afirmando que todas las personas son diferentes. Lo terminamos afirmando que las personas y las gentes tienen mucho en común. Si bien es cierto que existen grandes diferencias en experiencias, en acceso, en condiciones y en funciones, también es verdad que prevalece un importante grado de igualdad en las experiencias, las luchas y las actividades humanas. Si ambas cosas son ciertas, ¿Cómo puede la comunidad del desarrollo mantener su compromiso con el reconocimiento de las diferencias, ya que éste es un elemento central del diseño de programas eficaces, y, al mismo tiempo, iniciar programas que alienten el reconocimiento de intereses comunes y valores compartidos? Si, después de todo, las personas han de vivir juntas en este mundo, ¿Que estrategias podemos descubrir para paliar la injusticia sin aumentar al mismo tiempo las hostilidades entre grupos, y sin que se vuelvan a crear sistemas de dominación y opresión en los que los actores sólo cambian de sitio, pero su acción continúa?
En la forma en la que dirigió el movimiento para la independencia en la India, Mohandas Gandhi siempre enseñó a sus seguidores a diferenciar entre opresión y opresores. Animó a su pueblo a luchar con todas sus fuerzas contra la opresión, y a la vez a colaborar con los opresores para que cambiaran los sistemas que atrapaban a ambos. Por supuesto, no todos los opresores están a favor de que se colabore "con" ellos para acabar con su dominación. Pero aun así, la propuesta sigue siendo relevante. Vuelvo a pedir al lector que no malinterprete mis planteamientos. Como dijo Gandhi, la opresión debe ser combatida y superada. La cuestión que estoy planteando aquí se refiere a los enfoques, a las estrategias. ¿Cuál es la mejor manera de comprometernos por la causa de la justicia y garantizar que no estamos creando ni reforzando otras injusticias a lo largo del camino? Teniendo en cuenta las experiencias del pasado y especialmente las del presente, deberíamos desafianos a nosotros mismos a lograr mayores niveles de creatividad y de análisis.
Debemos encontrar medios para impulsar el bienestar social y económico para aquellos que han sido excluídos; medios que también apelen a la humanidad de aquellos que se han beneficiado de los sistemas existentes. Debemos desarrollar enfoques de planificación y sistemas económicos y sociales que reconozcan las diferencias y la diversidad y que al mismo tiempo acerquen y no separen los intereses de las personas. Debemos trabajar para que los grupos marginados adquieran poder; no respecto a otros grupos, sino en relación a su participación en las decisiones y en las acciones que afectan a su existencia. Nos encontramos en pleno ascenso de una curva de aprendizaje sobre el impacto intencionado o no de la ayuda al desarrollo. A medida que desarrollamos las herramientas de análisis que nos ayudan a ver quién se encuentra en situación de desventaja y cómo ésta se produce, también debemos desarrollar nuevas herramientas de acción que deshagan estos sistemas sin enfrentar a la gente y a los grupos de personas unas contra otras.
Diciembre de 1995
Notas
1 Uso comillas al designar "internos" y "externos" para reflejar el hecho, muy frecuente, de que los trabajadores de la ayuda que proceden del propio país destinatario de ésta son percibidos y muestran cualidades de agentes externos. Sus experiencias y actitudes (a menudo urbanas o educadas) pueden ser tan "extranjeras" como las de otras tierras y culturas, y a ciencia cierta también pueden distanciarles de los beneficiarios de su ayuda. En este escrito, me estoy refiriendo principalmente a cuestiones pertinentes a la asistencia internacional, dado que yo misma pertenezco al "cuerpo de la ayuda internacional". Creo, sin embargo, que mucho si no la mayor parte de lo que aquí se dice también se aplica a ONG autóctonas y a otros esfuerzos locales de ayuda.
2 C. Overholt, M. B. Anderson, K. Cloud y J.E. Austin (eds.), Gender Roles in Development Projects: A Case Book (Kumarian Press, West Hartford, CN, 1995).
3 Tales metodologías incluyen, entre otras, el Análisis de Género, las Técnicas de Valoración Rural Rápida, el Análisis de Capacidades y Vulnerabilidades y la Planificación Orientada al Pueblo. Lo significativo de cada uno de estos enfoques es que facilitan a los trabajadores de la ayuda la identificación, en cualquier comunidad que vaya a recibir asistencia, de las características de la gente que son más significativas a la hora de diseñar e implementar dicha ayuda.
4 Algunos podrán plantear que se exportaron dos modelos de desarrollo: el del capitalismo occidental y el del socialismo soviético. Según mi propio análisis, ambos reflejan el mismo conjunto de supuestos. Aunque el primero ve en el capital como el principal factor motivador del crecimiento, y el otro sitúa al trabajo en el centro de la riqueza, ambos se desarrollaron en el contexto de y en respuesta a la Revolución Industrial en Europa, y ambos utilizan las mismas unidades de análisis (tierra, trabajo y capital).
5 Así me lo han dicho personalmente gentes de los países citados, así como de Sri Lanka, India y Líbano.
6 Etiopía es un caso al respecto. Aunque este país ha sido conocido durante siglos como una entidad multi-tribal, la actual política de designar áreas particulares para sub-grupos específicos y respetar y resaltar las diferencias lingüísticas, ha llevado a algunos observadores (incluyendo etíopes) a preguntarse si esto terminará promoviendo la fragmentación en vez de la mutua valoración y la justicia. Igualmente, algunos esrilanqueses me han dicho que uno de los mayores errores que se han cometido en ese país fue la decisión de suprimir la exigencia de una lengua común en las escuelas, de forma que ahora pocos cingaleses y tamiles que quieran comunicarse entre sí tienen la capacidad de hacerlo.