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La tercera edad y el desarrollo: ¿La última minoría?

Mark Gorman

Introducción

En la actualidad es un hecho ampliamente reconocido que la población de los países industrializados de Europa y América del Norte está en proceso de envejecimiento, ya que el número y la proporción de personas mayores crece rápidamente. Los grandes avances de la medicina y la atención sanitaria han mejorado la alimentación y han reducido la incidencia de enfermedades infecciosas.

Niveles de vida más elevados, junto con la mejora de la educación, la atención sanitaria y los servicios sociales, han contribuido al espectacular incremento de la longevidad que se ha registrado durante el último siglo. Debido a que estos cambios se han producido primero en el Norte, existe la tendencia de asociar el 'envejecimiento de la población' (1) sólo con esos países. Los países del Sur, sin embargo, cuentan ya con más de la mitad de la población mundial de personas de 60 o más años. En el año 2025 esta proporción habrá aumentado aproximadamente hasta un 70% (2) . El crecimiento constante y sostenido de la población de la tercera edad, que ya plantea un gran reto a los políticos del Norte, también necesita ser reconocido como un asunto importante en el Sur, y como una cuestión que afectará profundamente a sus economías y sociedades.

La transición demográfica

Es evidente que se está produciendo una transición demográfica global, aunque ésta se encuentra en una etapa más avanzada en el Norte que en el Sur. La población de los países no industrializados del Sur sigue teniendo una proporción mayor de niños y una proporción relativamente menor de personas mayores. Tomados en conjunto, en los países en desarrollo aproximadamente el 35% de la población es menor de 14 años y alrededor de un 10% es mayor de 55. En el Norte, mientras tanto, las proporciones son aproximadamente iguales, en torno al 22% (Kinsella y Taeuber, 1993). Por consiguiente, no es extraño que la atención continúe centrándose en el crecimiento del número de jóvenes, en vez de en el incremento de la población de mayor edad.

Sin embargo, los indicios de la transición demográfica son cada vez más visibles en el mundo en desarrollo. Muchos países de Asia y América Latina han experimentado un descenso considerable de la fertilidad durante la década de los setenta, y esta tendencia, según las proyecciones, va a hacerse más acusada. Asia, por ejemplo, tenía en 1985 el 48% de población de la tercera edad global, y en el año 2025 tendrá el 58%. Las cifras correspondientes a Europa, por el contrario, son del 20% y 12% respectivamente. En el África Subsahariana, el fenómeno del envejecimiento de la población está todavía en sus primeras etapas; también aquí se puede repetir el mismo patrón (Schulz, 1991), aunque el impacto de la pandemia del sida afectará significativamente a este proceso. Incluso en los países en los que la esperanza de vida al nacer es relativamente baja, la esperanza de vida a los 65 años puede ser sorprendentemente alta. En Bangladesh, por ejemplo, donde la esperanza de vida al nacer para la mujer en 1984 se situó en 54,7 años, a la edad de 65 la esperanza de vida media de la mujer fue de otros 12,8 años. En Sri Lanka, en 1981 las cifras comparativas para la mujer fueron 71,6 años al nacer y de otros 15,6 años a la edad de 65. Estas cifras son comparables con la esperanza de vida para la mujer japonesa de 65 años en 1985, que fue de 18,9 años más. La expectativa media de vida probable en el sur de Asia está entre los 10 y los 15 años más de vida a partir de los 65 años (Martin, 1990).

La transición demográfica que se está experimentando actualmente en el Sur difiere en aspectos importantes del modelo de los países industrializados. En los países en desarrollo, el descenso de los índices de natalidad y mortalidad se debe no tanto a las mejoras socioeconómicas un rasgo característico de Europa y América del Norte en el siglo pasado, como a innovaciones tecnológicas (como las campañas de vacunación masiva) que se insertan en un marco de pobreza persistente. Se espera, por tanto, un rápido incremento del número de personas mayores que pasarán los últimos años de sus vidas sin disfrutar de los sistemas de apoyo social, económico y de atención sanitaria disponibles en el Norte.

No sólo se producirá un espectacular aumento de la población de la tercera edad en todo el mundo, sino que ésta se volverá cada vez más heterogénea, al igual que ha ocurrido con el resto de la población. Los más mayores (los que superan los 80 años) son el grupo que más rápidamente crece entre las personas mayores en todo el mundo y, del mismo modo, aumenta el número de personas mayores con alguna discapacidad. Un pronóstico reciente realizado para Indonesia muestra un crecimiento acelerado en el número de personas de más de 45 años con una desventaja física (3), ya que los mayores índices de prevalencia a partir de esa edad se combinan con el crecimiento de la población. Así, el número de mujeres mayores de 45 años con una desventaja llegará casi a duplicarse en el 2025, alcanzando la cifra de 7,1 millones (Down y Manton, 1992). La dependencia creciente de estos grupos tendrá un impacto significativo en los cuidados proporcionados por la familia, especialmente a partir del descenso global de la provisión de servicios públicos. Dada su propensión a casarse más jóvenes y vivir más que los hombres en casi todas las sociedades, las mujeres tienden a vivir en soledad en la vejez, contando con un apoyo socioeconómico mucho menor. La emigración, tanto nacional como internacional, es ahora un fenómeno global y está creando grandes 'bolsas' de personas mayores, bien sean los que quedaron atrás en las zonas rurales, o bien los que se concentran en las barriadas marginales urbanas. En ambos casos, la vida de los ancianos suele caracterizarse por ingresos bajos, viviendas de mala calidad y servicios inadecuados (Sen, 1993).

Teorías sobre el envejecimiento y el desarrollo

Gran parte del debate en la reducida pero cada vez más amplia bibliografía sobre envejecimiento y desarrollo se ha centrado en la posición social de los ancianos y, por consiguiente, en los roles que se entiende que se les han de asignar o denegar en sociedades que están experimentando un proceso de cambio. En términos generales, se han establecido dos grandes marcos teóricos.

La teoría de la modernización

La teoría de la modernización, tan influyente en otros ámbitos de la teoría del desarrollo, también ha sido muy influyente en la gerontología comparativa. En resumen, esta teoría postula la idea de que 'la modernización suele poner en marcha una reacción en cadena que tiende a empeorar la situación de los ancianos'. Los principales rasgos de este proceso, según se ha dicho, son la pérdida de importancia de la familia ampliada y el declive de la propiedad de la tierra como recurso para una alta posición social; el aumento de la movilidad social y geográfica, y el cambio acelerado en las estructuras y los valores sociales y culturales. Los valores familiares y el respeto por los mayores que encontramos en las sociedades tradicionales van en contra de los 'modernos' valores del individualismo, la ética del trabajo y 'la visión cosmopolita que resalta la eficacia y el progreso' (Cowgill, 1986).

Independientemente de que la modernización sea considerada positiva o negativa, este planteamiento, basado en dos polos opuestos y en caracterizar las sociedades como 'tradicionales' y 'modernas', suscitó un considerable apoyo entre los autores que han escrito sobre envejecimiento y desarrollo. Por un lado, se traza una visión nostálgica de la sociedad tradicional: 'En nuestro sistema social tradicional, los ancianos eran considerados la sabiduría personificada y el fruto de una vida bien vivida, y ostentaban un poder, una autoridad y un respeto incuestionables. La seguridad de una familia unida constituía la tranquilidad para los ancianos' (Kaur et al. 1987).

La modernización, por el contrario, parece estar minando esta 'edad de oro'. Dos comentarios sobre la emigración y el desarrollo urbano ilustran una idea recurrente. Por ejemplo, la emigración 'ha ayudado a convertir la modernización económica de los países en desarrollo en una pesadilla social para la tercera edad' (Tout, 1989). Y, 'Parece como si no hubiera tradición capaz de resistir a una generación de vida urbana. La desintegración de la familia junto con el desarrollo urbano especialmente cuando éste es incontrolado debilita el sentimiento religioso y hace que desaparezca el respeto por los mayores' (Jacquemin, 1993).

La teoría de la dependencia

La teoría de la modernización, sin embargo, no se ha ido sin ser cuestionada. Entre las críticas que se le han formulado a esta teoría cabe destacar las de Neysmith y Edward. Desde la perspectiva que ofrece la teoría de la dependencia, estos autores afirman que: 'la dependencia económica produce una ideología según la cual el subdesarrollo es culpa de las características de las personas, y no de las relaciones económicas que atan al Tercer Mundo con el mundo industrializado' (Neysmith y Edward, 1984). Estos y otros autores plantean que factores demográficos como el número de niños que sobreviven, y factores económicos como la clase, la ocupación y la propiedad de los activos, juegan un papel mucho más significativo que el que se les asigna al concentrarse en posiciones sociales o en sistemas de valores universales. Lo más probable es que una pérdida de posición social experimentada por las personas mayores esté 'vinculada a las arraigadas desigualdades estructurales experimentadas en una etapa más temprana de sus vidas por la mayoría de la población de la mayor parte de los países en desarrollo. El empobrecimiento en la tercera edad puede ser una experiencia intercultural común del proceso de envejecimiento más que un simple resultado de la 'modernización'' (Sen, 1993).

Es evidente que esta polémica tiene importantes consecuencias prácticas para las actividades de desarrollo con la tercera edad. Si, como se deriva de la teoría de la modernización, las personas mayores en el Sur llevan una vida con seguridad y plenitud porque siguen viviendo en el marco de una familia extensa, podría plantearse que no hay apenas necesidad de que intervengan los gobiernos o las ONG. No obstante, si las fuerzas de la modernización están minando los valores culturales tradicionales y, por tanto, debilitan los cuidados que proporciona la familia, puede ser necesario prestar apoyo a las personas mayores, aunque éste podría estar basado en un enfoque asistencialista, y especialmente en la institucionalización de sistemas de atención que se sitúan fuera de la familia.

Por otro lado, si los problemas que afronta la tercera edad son vistos en el contexto de las desigualdades estructurales que se producen entre distintas sociedades, así como dentro de cada una de ellas, habría que concentrarse en modelos de atención y de apoyo enfocados al nivel comunitario, al tiempo que se desarrolla la crítica de las relaciones de desigualdad que afectan a la tercera edad al igual que a otros grupos sociales vulnerables. Es importante, por todo ello, examinar la evidencia con la que estas teorías que compiten entre sí podrían ser verificadas. Buena parte del debate se ha centrado en la tercera edad y el cambiante papel de la familia en el Sur, y este va a ser nuestro punto de partida.

La tercera edad y la familia

En la mayor parte de los países del Sur (y también del Norte) la familia es la relación socioeconómica clave para la mayoría de los ancianos. Dentro de la familia, la reciprocidad de obligaciones entre generaciones facilita el intercambio de apoyo y atención. Así, la custodia de los nietos por los abuelos con hijos trabajadores se intercambia con los cuidados y la protección a los miembros mayores de la familia. La idea de la familia tiene para muchos una influencia poderosa, incluso emotiva. Se suele afirmar que la estructura tradicional de familia ampliada proporciona los cuidados y el apoyo adecuados para la gran mayoría de las personas mayores. Sin embargo, también es común sostener la opinión de que el mecanismo de apoyo de la familia ampliada se está viendo cada vez más amenazado por la transición de la sociedad tradicional a la moderna.

Las evidencias, aunque son aún muy parciales, señalan una realidad más compleja. Es cierto que la familia ampliada todavía juega el papel principal en el apoyo a los miembros de la familia de mayor edad, incluso en el momento en el que tienen lugar rápidos cambios socioeconómicos. No obstante, el apoyo prestado por la familia ampliada suele ser insuficiente para garantizar una calidad de vida razonable en la vejez. En el África Subsahariana, por ejemplo, la mayoría de las personas mayores, tanto en la zonas rurales como en las urbanas, siguen recibiendo atención primaria de sus familias. Otro ejemplo lo encontramos en las encuestas realizadas entre 1985 y 1988 en cuatro países del África Occidental, que revelaron que un 80% de los encuestados mayores de 60 años recibían ayuda de sus hijos o de sus nietos (Peil, citado en Cattell, 1990).

También en el sur de Asia casi todas las personas mayores siguen viviendo con sus familias y, de nuevo, esto es cierto tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Evidencias procedentes de Bangladesh, India y Nepal indican que la mayoría de los ancianos de estas áreas viven con sus hijos (generalmente varones), y el mismo estudio proporciona claras pruebas de la permanencia de los sentimientos de afecto y deber, lo que parece estar en contradicción con la idea de que las estructuras familiares se encuentran necesariamente minadas por el cambio social acelerado (Martin, 1990).

Sin embargo, también está claro que las relaciones familiares se ven afectadas por una amplia gama de factores socioeconómicos, y que estos factores, aunque pueden ser agravados por el cambio social, no son su causa. Existen pruebas, por ejemplo, que indican que la posición social de las personas mayores siempre ha estado vinculada a su poder económico, sea en el marco 'tradicional' o en el 'moderno'. Un estudio realizado en Nepal sobre la tercera edad dentro de su marco familiar concluyó que los cambios sociales y económicos no habían causado el declive de la posición social de la tercera edad, sino que simplemente sacaban a la superficie conflictos intergeneracionales subyacentes, alterando el equilibrio de las poderosas fuerzas socioeconómicas que tradicionalmente habían puesto freno a dichos conflictos (Goldstein, Schuler y Ross, 1983).

Conflictos intergeneracionales

Esta situación ha empeorado significativamente a causa de la creciente pobreza experimentada por muchas familias del Sur. La tensión intergeneracional que se observa frecuentemente en las familias multigeneracionales en el mundo en desarrollo se suele atribuir a los cambios en los valores culturales que emanan del proceso de transición de la sociedad tradicional a la moderna. No obstante, parece mucho más probable que sea la pobreza la causa principal de esta tensión familiar, y no las fuerzas de la modernización. Un informe sobre la situación familiar de los trabajadores migrantes de uno de los pueblos jóvenes que rodean Lima comenta que 'allí donde las personas mayores viven con sus hijos adultos, la presencia de una persona extra obliga a estirar aún más los limitados recursos de la familia, y refuerza el sentimiento por el que las personas mayores se ven a sí mismas como una carga' (HelpAge International, 1993a).

También es importante reconocer que la atención que se presta a los ancianos en las familias extensas no es una responsabilidad compartida equitativamente. En el debate sobre el carácter permanente de los cuidados familiares se suele ignorar el hecho de que esta responsabilidad recae desproporcionadamente sobre las mujeres más jóvenes de la familia. En todo el mundo, el grueso de los cuidados no formales que se dedican a la tercera edad corre a cargo de las mujeres, con lo que éstos se suman a las responsabilidades que ya tienen con sus maridos y sus hijos. Esta situación es aún peor en el Sur (y también lo es cada vez más en el Norte) debido a la falta de apoyo externo prestado a través de los servicios sociales y sanitarios, así como de la pobreza, hasta el punto de que incluso dentro de las familias que están dispuestas a cuidar de sus mayores existe una crisis oculta en la atención que éstos requieren.

La tercera edad y sus comunidades

Lo que las personas mayores experimentan realmente dentro de la familia es muy similar a lo que les ocurre en su relación con la comunidad. Nuevamente, la creencia de que tradicionalmente la edad cronológica confiere de forma automática una posición social a la tercera edad, no se sostiene en la práctica. Un estudio sobre la tercera edad realizado en un pueblo del Punjab reveló que menos de un tercio de los hombres de 60 o más años eran miembros de las organizaciones comunitarias y, de ellos, la inmensa mayoría era menor de 70 años. La conclusión de que 'la participación en las organizaciones comunitarias está influida directamente por los factores económicos y por la educación', y no por edad cronológica o la sabiduría, también encuentra eco en otros estudios (Sharma y Dak, 1987).

La marginación que experimenta la tercera edad es aún mayor para los que no tienen propiedades importantes, y que a causa de ello no tienen recursos de los que hacer uso para asegurarse cuidados y seguridad en la vejez por parte de la familia o de la comunidad. Este hecho es especialmente cierto para las mujeres mayores, en muchos casos viudas cuyas propiedades fueron distribuidas entre sus hijos cuando sus maridos fallecieron. Para muchas mujeres de los países en desarrollo, el descenso hacia una situación de total dependencia comienza con la muerte del marido. La especial vulnerabilidad de las mujeres de la tercera edad es motivo de particular preocupación, y no sólo por el rápido crecimiento de su número, ya que es muy probable que las mujeres cuya esperanza de vida aumenta más rápidamente en las mujeres que en los hombres constituyan una proporción creciente de la población de la tercera edad. Nuevamente, una gran parte de las mujeres mayores son viudas, y esta proporción crece con la edad. Se ha dicho que en el Sur la viudedad forma parte de la realidad de la vida para las mujeres mayores de 75 años. En 1990 había en China 21,5 millones de viudas en la tercera edad. Esta cifra es muy superior al total de todos los países de la Unión Europea (Kinsella, 1993). La situación es incluso más desesperada para las mujeres que nunca estuvieron casadas o que no tienen hijos, y en muchas sociedades estas mujeres tienen garantizada una vejez sumida en la indigencia.

La salud en la tercera edad

Una medida crucial del bienestar de la tercera edad es la de su estado de salud. Se ha reconocido ampliamente que, debido a la estrecha relación existente entre la pobreza y el estado de salud, los esfuerzos para mejorar la salud de las personas juegan un papel fundamental en el proceso de desarrollo. De nuevo, este argumento es aún más válido en relación a la salud de la tercera edad. Hemos visto que el mundo en desarrollo está experimentando de hecho un proceso de envejecimiento debido a la prevención de muertes prematuras causadas por enfermedades infecciosas, y no debido a factores como el aumento de la prosperidad o la mejora de la vivienda o la nutrición. Algunas enfermedades infecciosas como la tuberculosis o la disentería aún son un problema generalizado, y las infecciones intestinales y respiratorias surgidas en años anteriores son una causa importante de mortalidad y pérdida de vida activa en años posteriores. Las duras formas de vida que sobrelleva la gran mayoría de los habitantes del Sur empeoran significativamente en esta situación. Un estudio sobre la salud en la tercera edad realizado en el mundo en desarrollo a comienzos de los años noventa afirma que:

La amplia evidencia internacional existente parece dejar claro que, desde una perspectiva sanitaria, es poco probable que las personas mayores de 60 años de las naciones del Tercer y del Cuarto Mundo vayan a vivir en utopías geriátricas. Lo más probable es que vivan en áreas en las que las enfermedades debilitantes sean endémicas, donde las inadecuadas condiciones de vivienda y abastecimiento de agua aumenten la posibilidad de que se produzcan frecuentes reinfecciones, y en las que una dieta inadecuada disminuya la resistencia a los microbios causantes de enfermedades. (Sokolovsky, 1991)

Otra vez, los efectos en las mujeres mayores son particularmente severos. El cada vez más amplio debate sobre el papel de las mujeres de la tercera edad en el proceso de desarrollo se ha centrado predominantemente en las desigualdades de carácter estructural que sufren a lo largo de su vida, y han ignorado las desventajas relativas que éstas experimentan conforme aumenta su edad. Y es precisamente esta acumulación de desventajas de años anteriores lo que hace particularmente vulnerables a las mujeres de la tercera edad que viven en la pobreza. Una mujer de 50 años de un país en desarrollo que ha tenido múltiples embarazos y una vida de duro trabajo físico se encuentra ya en el umbral de la tercera edad, y su vida posterior, que bien puede prolongarse entre 20 y 30 años más, se verá profundamente afectada por el fuerte deterioro de su capacidad funcional (Kalache, 1991; Rosenmayr, 1991).

La dependencia que las mujeres experimentan en muchos hogares (por ejemplo, en materia de distribución de alimentos) es un ejemplo característico de esta realidad. Existen muchas evidencias que confirman las conclusiones de un reciente estudio sobre las mujeres de mediana edad y de la tercera edad en América Latina y en el Caribe. En Guyana, según un estudio sobre la situación de la familia en las Indias Orientales realizado por la Organización Panamericana de Salud (OPS), el estado nutricional estaba estrechamente asociado al sexo de los niños, siendo los varones los más saludables. Ello establece una pauta en la que la malnutrición crónica y la anemia se unen a lo largo de todo el ciclo vital para dar lugar a una vejez de extrema debilidad (Sennott-Miller 1989).

Muchos países en desarrollo siguen caracterizándose por altos niveles de fecundidad y al mismo tiempo por un descenso significativo en las tasas de mortalidad, así como por el aumento de la esperanza de vida. También existen evidencias de que las tendencias de salud en estos países están emulando a las de los países desarrollados. Por ejemplo, las enfermedades cardiovasculares y cerebrales han experimentado un marcado aumento en los países industrializados de América Latina y del sudeste asiático (Tout, 1989).

Todo ello tiene profundas implicaciones para la provisión de servicios de salud en el Sur, ya que las necesidades de atención sanitaria están cada vez más lejos de los servicios prestados. Por ejemplo, mientras que la mayoría de las personas mayores viven en zonas rurales, la mayor parte de los servicios de salud están ubicados en las ciudades. La relativa falta de movilidad y la pobreza de muchas personas mayores que residen en zonas rurales les niegan de hecho el acceso a estos servicios. En las ciudades, donde se concentran las instalaciones hospitalarias, las personas mayores sí son una gran proporción de los usuarios de las mismas. Sin embargo, hasta cierto punto esto es un simple reflejo del desequilibrio que existe entre la distribución de servicios hospitalarios y comunitarios, y son estos últimos los que deberían proporcionar el grueso de la atención sanitaria a la tercera edad. Pero incluso donde existen servicios comunitarios, entre sus prioridades no suele figurar la tercera edad. En el mundo en desarrollo hay un enorme desconocimiento sobre las especiales necesidades de salud de la tercera edad y, a pesar de la introducción en los últimos años de diversos cursos al respecto, ofrecidos en su mayoría por las ONG, hay una gran falta de personal capacitado para trabajar en este tema.

La seguridad de los ingresos

La variable crítica en el bienestar y en otros aspectos de la vida de las personas mayores es su situación económica y su capacidad para controlar recursos. Tanto ahora como en el pasado, los ingresos para las necesidades de consumo proceden principalmente de las actividades laborales, y esto sigue siendo cierto para la mayoría de las personas, a veces hasta edades muy avanzadas, en muchos países del Sur. Las enfermedades, las lesiones y el desempleo, sin embargo, reducen la capacidad de las personas mayores para depender del trabajo como principal fuente de ingresos. De todas formas, debido a la ausencia de amplios sistemas de seguridad social en los países en desarrollo, no es sorprendente observar tasas relativamente altas de participación de las personas mayores en la fuerza de trabajo. Durante la década de los ochenta, y en países tan alejados como Jamaica, México, Liberia, Pakistán o Malasia, bastante más de la mitad de los hombres de 65 o más años seguían trabajando (Kinsella, 1993). Debido a que la mayoría de las personas mayores se dedican a actividades no reguladas como la agricultura y similares, la 'jubilación', en el caso de que ésta exista, se caracteriza por una retirada gradual del mercado de trabajo, y por una dependencia cada vez mayor de otros recursos. Estos, como hemos visto, proceden principalmente del apoyo familiar. Un estudio realizado en Fiji, Malasia, Filipinas y la República de Corea reveló que prácticamente el 40% o más de los ingresos de los mayores provenía de la familia (Andrews et al., 1985).

Con el aumento del subempleo y el desempleo entre los jóvenes en la mayoría de los países del Sur, las perspectivas para que se mantenga una participación sustancial de los trabajadores de la tercera edad en la fuerza de trabajo no agrícola no parecen favorables. Al mismo tiempo, la falta de perspectivas laborales continuará reduciendo la capacidad de los miembros más jóvenes de la familia a la hora de ayudar a sus parientes mayores, especialmente cuando haya que tomar decisiones difíciles que supongan optar por atender a sus padres o a sus propios hijos. 'Dada la difícil opción que ya plantean los hijos respecto a la asignación de los magros recursos familiares (&) y dada la incapacidad de los deficientes gobiernos del Tercer Mundo (&) para establecer programas sociales sustanciales, es muy probable que cada más personas mayores van a ser incapaces de vivir sus últimos años en una situación digna y segura' (Goldstein, Schuler y Ross, 1983).

Actividades económicas y sociales 'ocultas'

Una vez más, los problemas son más graves para las mujeres de mayor edad. Ni siquiera se conoce la magnitud del trabajo de las mujeres de la tercera edad. La concentración de trabajadores de la tercera edad (hombres y mujeres) en la agricultura y en sectores conexos, junto con definiciones limitadas de lo que constituye la actividad productiva, oscurecen la verdadera realidad de este asunto. La enorme contribución que supone la atención que prestan las mujeres de la tercera edad a sus parientes más jóvenes en actividades como, por ejemplo, el cuidado de los niños y la administración del hogar, no está registrada en los análisis sobre las actividades económicas de la tercera edad. Y ello a pesar de que estas funciones de apoyo familiar suelen tener un papel muy importante en la economía de los hogares. En muchas comunidades rurales de diferentes partes del mundo es cada vez mayor el número de personas mayores que cuidan de los hijos de una generación intermedia que se ha ido a los centros urbanos (o en algunos casos ha emigrado) en busca de trabajo. Un caso típico es el de una mujer de 73 años de la Botsuana rural que cuida de cuatro nietos en nombre de los hijos e hijas que están trabajando en Sudáfrica. Los hijos no van a casa casi nunca, y la anciana se queja de que 'en esta época no hay buenos hijos' (Ingstad et al., 1992).

En épocas de crisis, este papel puede ser crucial. Un fenómeno común, pero del que tampoco hay mucha información, ha sido la atención prestada por una generación de abuelos a los huérfanos causados por la pandemia del sida en África. En algunas comunidades rurales de Uganda y Zimbabue, por ejemplo, los indicios disponibles muestran un escenario en el que la generación intermedia de algunas comunidades ha quedado literalmente diezmada, dejando a los niños huérfanos totalmente dependientes de la generación de los abuelos. Los padres que se encuentran en la tercera edad también desempeñan un papel fundamental en el cuidado de las personas con sida. En un distrito de Mashonaland (Zimbabue), un estudio reveló que las cuidadoras 'eran todas, sin excepción, mujeres de la tercera edad a las que a veces ayudaban sus parientes femeninos más jóvenes' (Jazdowska, 1992).

La participación de la tercera edad en la vida económica de los países en desarrollo es sorprendentemente amplia. Una proporción importante de los comerciantes callejeros del mundo en desarrollo son personas mayores. Un estudio sobre el trabajo de la mujer en una comunidad musulmana del norte de Nigeria describe una amplia gama de actividades comerciales emprendidas por mujeres de la tercera edad. Entre ellas se incluye el comercio a pequeña escala; el trabajo de prestamista y la elaboración de comida para vender. Además, 'está reservada a las mujeres de la tercera edad la práctica de ciertas ocupaciones que implican el ejercicio del poder y la autoridad ritual, como la partería, la preparación de las muchachas para el matrimonio y de los cuerpos de las mujeres para el enterramiento, así como la elaboración de medicinas a base de hierbas' (Coles, 1991). Las parteras tradicionales a lo largo de África y Asia, especialmente en las comunidades en las que la movilidad de la mujer está restringida por normas culturales, son en su inmensa mayoría mujeres de la tercera edad.

Los servicios del Seguro Social

Como consecuencia de sus bajos niveles de desarrollo económico, no parece factible que los sistemas de pensiones o de apoyo al ingreso de la mayoría de los países en desarrollo se extiendan más allá de una pequeña minoría de la fuerza de trabajo. Incluso en los países en los que han evolucionado los sistemas de seguros sociales, como en la República Popular China, la cobertura sigue siendo modesta en escala. Los programas cubren a los trabajadores del sector público, pero no a los casi tres cuartos de la fuerza de trabajo que son trabajadores rurales. Para compensar esta limitada cobertura, el apoyo de la familia a los parientes mayores se ha convertido en una exigencia legal. Reformas como la ampliación de las jubilaciones y la creciente importancia de la planificación familiar tienen el potencial de ejercer una creciente presión económica sobre el sistema, puesto que el número de personas mayores jubiladas aumenta (Liu, 1982). Esto también ocurre en otros países en desarrollo, y la combinación de los apoyos familiares y comunitarios, junto con la autoayuda, sigue siendo la opción más viable para la mayor parte de la tercera edad.

Servicios de socorros de emergencia para la tercera edad

La forma en que las circunstancias sociales y económicas afectan a la situación de la tercera edad no está en ningún sitio mejor ilustrada que en las situaciones de desastre o de conflicto. Se ha convertido en un tópico de los medios de comunicación decir que los jóvenes y los ancianos son las víctimas que más daños sufren en los desastres. En estas situaciones se presta una gran atención a los niños, tanto desde dentro como desde fuera de las comunidades afectadas por el desastre, pero las personas mayores, en contraste, reciben poca atención. En cierto modo esto se debe a que tienden a ser extremadamente modestos. Por ejemplo, es característico de las personas de la tercera edad de los campos de refugiados que ofrezcan su ración de comida a toda la familia en parte, al menos, como una forma de demostrar que siguen teniendo el papel de proveedores y se queden sin alimentos. Este autor ha sido testigo de un reparto de ropa a personas desplazadas de la tercera edad en Mozambique. La cola que se formó estaba formada solamente por niños y adultos jóvenes, mientras que los mayores estaba sentados todos juntos bajo un árbol, literalmente al final de la cola. Un informe reciente sobre la situación de los refugiados de la tercera edad en Tanzania se hace eco de esta situación, y observa que a las personas mayores les resultaba difícil caminar hasta los puntos de distribución de alimentos o permanecer de pie las dos o tres horas que debían esperar hasta que llegara su turno (HelpAge International, 1993b).

La respuesta de las ONG

Los proyectos y los programas de las ONG que se han enfocado principal o exclusivamente hacia la tercera edad han sido escasos y bastante espaciados en el tiempo. Los argumentos con los que se ha racionalizado esta falta de actividad hacia las personas mayores son su número, relativamente pequeño comparado con el grueso de la población, la existencia de sistemas de apoyo en la familia ampliada, o el supuesto de que los programas que sirven al conjunto de la comunidad también abarcan a la tercera edad. También es posible que exista el sentimiento de que la tercera edad es un grupo con una prioridad más baja que otros grupos como los niños o los adultos jóvenes que se consideran 'económicamente activos' y que, por lo tanto, contribuyen al proceso de desarrollo.

Dentro de la comunidad de organizaciones que trabajan con la tercera edad, la actividad se centró en el pasado en proporcionar asistencia social a los más frágiles. Este enfoque partió de organizaciones religiosas cuyo objetivo es socorrer a los más necesitados, y especialmente en órdenes católicas como las Hermanitas de los Pobres. En los últimos años se ha dado más importancia al involucramiento de las personas mayores como participantes activos del proceso de desarrollo. A través de una amplia gama de acciones que van desde la generación de ingresos hasta proyectos para rememorar el pasado, se ha demostrado el potencial de la tercera edad para participar activamente en el desarrollo. No obstante, todavía queda mucho por hacer para entender adecuadamente los requisitos especiales de los proyectos realizados con la tercera edad. Es importante, por ejemplo, que al comienzo del ciclo del proyecto se diseñen métodos de análisis de las necesidades que tengan en cuenta el hecho de que las personas mayores suelen tener un planteamiento más discursivo a la hora de compartir información. Los trabajadores del desarrollo tampoco deberían subestimar el reto que supone encontrar los medios necesarios para incorporar a las mujeres mayores que, como ya hemos visto, a menudo han sufrido la marginación durante toda su vida. La recompensas que se obtienen al lograr un trabajo efectivo de desarrollo con la tercera edad, sin embargo, puede ser inesperadamente grandes. John Mbiizini, un trabajador de desarrollo que tomó parte en un taller sobre técnicas participativas de valoración rápida con un grupo de granjeros de la tercera edad en Kenia, describió cómo el uso de un calendario estacional con el grupo les permitió planear la producción de alimentos con un año de antelación. Al describir su trabajo con el grupo afirmó:

& la tercera edad: una cosa, es muy interesante. Descubrí que tenía compañía y que estaban menos ajetreados, que no era tan cansado y que ayudaban de verdad. También descubrí que realmente valoraban mi presencia allí para ayudarles. También les ayudó a sentirse parte de la solución que buscamos para el proyecto. (HelpAge International, 1993c)

Conclusión

El proceso de desarrollo se ha definido como aquel que posibilita a los más pobres 'tener más (particularmente en términos de alimentos y atención sanitaria) & y ser más respecto a la confianza en sí mismos, a la capacidad de controlar su propio futuro y mejorar su posición en la sociedad en general' (Pratt y Boyden, 1985). Las características centrales de esta concepción sobre el desarrollo no son sólo las mejoras materiales, sino también la participación de todos los sectores de la población en el proceso de desarrollo, como un acto de empoderamiento en sí. Lo que es válido para las poblaciones en su conjunto lo es aún más para los que están más marginados dentro de ellas.

Existen, sin embargo, factores poderosos que inciden negativamente en tal participación. Un aspecto de la marginación de la tercera edad en todas las sociedades es la imaginería negativa que se asocia a la vejez. Pasividad, inflexibilidad y hostilidad al cambio son características que típicamente se atribuyen a los mayores. Las contribuciones que estas personas hacen en una amplia gama de situaciones son ignoradas o se las trata de forma condescendiente y sentimental. Esto también es válido para el contexto del desarrollo. Las personas mayores no suelen ser considerados como parte del proceso de desarrollo, puesto que las características que se les atribuyen son percibidas como la antítesis de la dinámica del desarrollo. Tienden a ser vistos como destinatarios pasivos de la asistencia social, con sólo una corta esperanza de vida. De ahí la casi total ausencia de referencias al papel de la tercera edad en la bibliografía sobre desarrollo.

Hemos visto que las personas mayores son particularmente vulnerables a la marginación y al aislamiento social, no sólo por las características inherentes a los procesos de cambio, sino principalmente a causa de las desigualdades estructurales que el desarrollo pretende transformar. Posiblemente, la prueba decisiva para valorar este proceso es que permita y promueva la participación de grupos especialmente desfavorecidos como la tercera edad. Tal participación es también deseable en relación a la potencialmente significativa contribución que puede suponer el conocimiento y la pericia de la tercera edad. Sin embargo, la experiencia indica que las opiniones de los mayores, a menos que se encuentren en una posición de influencia y prestigio, raramente consiguen hacerse oír.

Con el tiempo, sin embargo, ajustar las estrategias de desarrollo para que tengan en cuenta el creciente número de personas mayores no será una opción, sino una necesidad. De la misma forma que una cuestión como la conservación del medio ambiente, en el curso de dos décadas, ha pasado de la periferia al centro del debate sobre el desarrollo, las cuestiones planteadas por los cambios demográficos serán cada vez más difíciles de ignorar. Sin embargo, probablemente no será fácil romper las barreras de los prejuicios que actúan en contra de los derechos de la tercera edad, en sintonía con el resto de la población, 'para tener más y para ser más' mediante el proceso de desarrollo. En toda sociedad,

Es (&) el sistema de valores en su totalidad el que define el significado y el valor de la tercera edad. También se aplica lo opuesto: por la forma en la que una sociedad se comporta con sus mayores se descubre la verdad desnuda, y a veces cuidadosamente oculta, sobre sus verdaderos principios y propósitos. (de Beauvoir, 1972)

 

Notas

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(Existe edición en castellano: La vejez. Barcelona: EDHASA, 1989)

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El autor

Mark Gorman es jefe adjunto de HelpAge International. Este artículo apareció por primera vez en Development in practice volumen 5, nº 2, en 1995


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