Naila Kabeer
Introducción
En un importante documento que analizaba cómo los pobres fueron marginados en los esfuerzos de desarrollo, Robert Chambers (1983) ha identificado algunos de los procedimientos sesgados que los investigadores y los profesionales utilizan en sus visitas al campo. Entre ellos se encuentra el sesgo estacional (realizar las visitas en la temporada seca, fría y a menudo durante las temporadas de menor hambre del año); el sesgo personal (que lleva a reunirse sólo con los miembros más influyentes del pueblo), y el sesgo del borde del camino, (visitar sólo los pueblos a los que se llega por carreteras asfaltadas, y olvidar a los pueblos más pobres situados en el interior). Por supuesto, estos sesgos no son simples accidentes o errores: reflejan la distancia social y conceptual que existe entre los que planifican y los sectores menos favorecidos de aquellos para los que se planifica.
Más de una década de investigación sobre la problemática situación de la mujer en el desarrollo ha ayudado a desvelar los múltiples sesgos que operan para mantener a la mujer marginada respecto a este proceso. Parte de este trabajo señala los sesgos de género de los supuestos y procedimientos de trabajo que equivalen a los sesgos de pobreza identificados por Chambers. En otras partes del mismo se cuestiona la validez de las nociones dominantes sobre el desarrollo. Este artículo (1) bosqueja algunos aspectos de lo primero con objeto de dar substancia al desafío que supone lo segundo. Esto es la lógica que subyace en nuestras acciones de formación sobre género y desarrollo en el Instituto de Estudios para el Desarrollo (IDS) de la Universidad de Sussex, donde se organizan cursos de diferente duración para profesionales e investigadores de diferentes lugares del mundo (2). Estos cursos ofrecen a los participantes la oportunidad de examinar las formas en que la mujer ha sido incluida y excluida en las acciones de desarrollo del pasado, y dan la oportunidad de formular nuevos y más equitativos marcos conceptuales sobre género y desarrollo.
Dejar a la mujer al margen: lecciones desde la práctica del desarrollo
Siguiendo fielmente el método de 'cazador-recolector' propio de los capacitadores, he utilizado una valiosa lista de control (check-list) recopilada por Marilyn Waring para el departamento de Mujer y Desarrollo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en la que ha resumido algunas de las formas más ensayadas y comprobadas para hacer que la mujer siga siendo invisible para la planificación del desarrollo el equivalente respecto al género de los sesgos de pobreza de Chambers(3). Waring aborda tanto los procedimientos más conocidos y flagrantes (insistir, por ejemplo, en responsables de proyectos varones que pueden basarse en actividades de mujeres ampliamente 'sub-registradas'), como las técnicas más desconocidas y sutiles.
Considero que la lista de Waring es una excelente herramienta de capacitación por tres razones. La primera, porque reúne sucintamente las críticas formuladas por diversos especialistas en este campo. La segunda, porque al estar expresada de forma negativa supuestamente como guía para los planificadores (presumiblemente aunque no necesariamente hombres) que siguen pensando que el desarrollo es una cuestión de hombres y se hace por y para ellos plantea una manera humorística y estimulante de entrar a debatir cuestiones tan críticas como éstas. Y la tercera, porque induce a los profesionales del desarrollo de diferentes contextos culturales a recopilar sus propias versiones locales sobre las formas en las que los planificadores han asegurado que sean los hombres los primeros beneficiarios de los presupuestos de desarrollo. Lo que sigue es una interpretación libre y personal de algunas de las sugerencias de Waring (que serán explícitamente citadas cuando se utilicen), junto con otras que he añadido a partir de mis propias observaciones.
Cosas, no personas
Concéntrate en las cosas y no en las personas. Concéntrate en hacer construir carreteras, puentes y edificios y deja que sean otros el asistente social; el ministerio de la mujer; la unidad de Mujer y Desarrollo (WID); los servicios de bienestar social; la 'mujer florero' de la organización los que se ocupen de las consecuencias humanas y sociales de lo que haces. Como alternativa, también puedes decir que:
- Como no has mencionado ni al hombre ni a la mujer en el plan del proyecto, éste es neutro con respecto a la cuestión de género.
- Que aunque mencionas a los hombres como beneficiarios, estás utilizando este término para incluir también a las mujeres.
- O, por último, que 'las mujeres también caminan por las carreteras'. Este tipo de justificación fue la creativa invención de una misión de campo de la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos, que incluyó un proyecto de construcción de carreteras como una actividad de Mujer y Desarrollo (WID) argumentando que 'las mujeres también caminan por las carreteras' (citado en Maguire, 1984).
Falacias de agregación
Si hay que planificar para personas además de para cosas, el consejo de Waring es: 'utiliza siempre categorías no específicas o genéricas como mano de obra, productores, consumidores, poseedor, cabeza de familia, persona de referencia, pobre, sin techo, desnutrido, analfabeto o desempleado'. Se podría añadir que si eres un radical tal vez prefieras términos como 'el pueblo', 'los campesinos', 'la comunidad', 'los trabajadores', 'las masas', 'el proletariado' o 'el ejército de trabajadores de reserva'. Lo principal es no atascarse en detalles como la edad o el género. De esta forma puedes mantener la ilusión de que estás tratando con una categoría de personas armónica y sin diferencias internas, en la que todos sus miembros tienen las mismas necesidades, y a las que les será igualmente útil el mismo conjunto de proyectos. De esta forma no tendrás que tratar las molestas cuestiones del poder y el conflicto.
Por supuesto, estos términos abstractos y agregativos frecuentemente son meros disfraces lingüísticos para deficiencias conceptuales. En realidad, los pobres, la comunidad, los trabajadores, etc., son categorías de personas internamente diferenciadas y unificadas sólo por una definición forzosa. Déjenme ilustrar este asunto examinando tres variantes particulares de esta 'falacia de agregación', y demostrar cómo ayudan a hacer invisible a la mujer.
'Los pobres'
En este caso, la convención podría formularse así: trata a los 'pobres' como esa masa de gente anónima que cae bajo un umbral indicado arbitrariamente que se denomina 'la línea de la pobreza'. No necesitas saber nada más sobre ellos. Básate en tus ideas preconcebidas para diseñar estrategias de alivio de la pobreza. Lo más popular son los programas de obras públicas para los hombres y los proyectos de artesanía para las mujeres; la diferencia entre ellos es que se supone que los primeros crean empleo, mientras que los segundos sólo generan ingresos.
La forma convencional de conceptuar y medir la pobreza se ha basado en gran medida en los ingresos de los hogares como el principal indicador para calcular la línea de la pobreza. Sin embargo, ésta sería una medida precisa sólo en el caso de que todos los miembros del hogar tuvieran derechos similares sobre los ingresos familiares y fueran por tanto igualmente pobres. Las mediciones alternativas que no descansan exclusivamente en los ingresos del hogar pero conceptúan la pobreza en el más amplio sentido de privación y vulnerabilidad, y que miden la distribución de la pobreza dentro de comunidades y los hogares, apuntan claramente al género como el factor que explica los diferenciales de bienestar individual (Kabeer 1991).
La idea básica que hay detrás de esto es que en última instancia no son las unidades familiares ni las comunidades las que son pobres, sino las mujeres, los hombres y los niños individualmente considerados. Si se pierde de vista cómo se distribuye la pobreza entre los individuos, se corre el riesgo de ignorar la presencia desproporcionada de ciertas categorías (especialmente mujeres y niños pequeños) entre los sectores privados de derechos y con mayores carencias dentro de la comunidad.
'El hogar'
En este caso, la convención ha sido: trata el hogar o unidad familiar como un grupo homogéneo y armónico de personas. A continuación puedes plantear que el cabeza de familia es la máxima autoridad a la hora de tomar decisiones en el hogar; sólo tienes que consultarle a él puesto que él siempre tiene muy presentes los intereses de los demás miembros. Habrás notado que me refiero al cabeza de familia como 'él'; debes darlo por hecho: te ahorrará mucho tiempo y te evitará ulteriores problemas. Puedes incluso tratar a un integrante masculino del hogar generalmente ausente de éste como cabeza de familia, y ello te protegerá ante cualquier necesidad de consultar con los miembros femeninos del hogar.
Esta variante de la 'falacia de agregación' ha sido muy criticada pero sigue viva y floreciente. Una importante encuesta de hogares desarrollada por el Banco Mundial en la década de los ochenta en una serie de países africanos la Encuesta sobre Medición de Niveles de Vida aporta información limitada acerca de la dimensión de género dentro del hogar precisamente a causa de este tipo de supuestos. Y todavía es muy común encontrar planificadores que dan por hecho que una vez que los beneficios del desarrollo se hayan 'derramado' hasta el cabeza de hogar (es decir, a cualquier varón adulto del mismo), entonces se 'esparcirán' a los demás miembros del mismo. Se hace poca alusión al hecho, corroborado en las conclusiones de investigaciones realizadas en varios países, de que el igualitarismo no es necesariamente un rasgo característico de los hogares.
En el sur de Asia existen datos que muestran que las mujeres y los niños, especialmente las niñas jóvenes, se ven más expuestas a la discriminación en la distribución de alimentos y de otros recursos vitales (Sen 1990). Las evidencias procedentes del África Subsahariana muestran que a menudo los niños de los hogares en los que las mujeres tienen el control de los ingresos o de los cultivos están en mejor situación nutricional (Longhurst 1988). Finalmente, investigaciones del Reino Unido demuestran que muchas mujeres han afirmado encontrarse en mejor situación financiera tras dejar a sus maridos, a pesar del hecho de que han tenido que sobrevivir con ayudas estatales (Pahl 1984). Lo fundamental de estas conclusiones es que, en contextos tanto del Primer Mundo como del Tercer Mundo, los hombres suelen quedarse con una parte desproporcionada de sus ingresos para su propio uso, privando a sus esposas e hijos de recursos que les hacen buena falta. Abordar las relaciones de poder dentro del hogar no supone destruir a la familia, como algunos han alegado; significa, por el contrario, buscar la forma de transformarla en una institución más equitativa.
'Las mujeres'
Si hay algún alma caritativa en tu ministerio u organización que, mal aconsejada, te presiona para que aceptes tener en cuenta a las mujeres en tus proyectos, entonces puedes suponer simplemente que (ya que conoces personalmente a muchas mujeres), ya sabes cuales serán sus necesidades más probables.
Lo absurdo de suponer que puedes idear proyectos para una categoría social etiquetada como 'mujeres' queda claro si consideras que muy pocos planificadores soñarían con idear proyectos para una categoría indiferenciada etiquetada como 'hombres'. Las mujeres (como a los académicos les gusta decir) no forman un grupo homogéneo. Se diferencian por clase, religión, cultura, edad y ciclo vital, de forma que en cualquier contexto hay que investigar cuáles son sus necesidades, en vez de darlas por supuestas.
Aun así, se ha ideado un proyecto tras otro para las mujeres pobres y sin recursos de Asia y África, en los que se pretende enseñarles técnicas panadería, costura, punto, economía doméstica totalmente inadecuadas para sus necesidades económicas, pero que se ajustan a la particular imagen que los planificadores tienen respecto a lo que son ocupaciones femeninas apropiadas. Por supuesto, actuar en función de ideas preconcebidas sobre las necesidades de la mujer tiene la ventaja añadida de que ahorra a los planificadores el tiempo y el esfuerzo que precisarían para descubrir las necesidades reales de las mujeres reales.
En una ONG de Bangladesh que visité en una ocasión, el personal se quejaba de que era inútil ofrecer clases de alfabetización gratuitas para mujeres pobres porque éstas se negaban a asistir. Un examen más minucioso reveló que las clases de alfabetización se impartían a la hora del día en que la mayoría de las mujeres sin tierra se ganaban la vida realizando trabajo doméstico o de post-cosecha para los más ricos. La ONG operaba con la suposición implícita de que el coste de oportunidad del tiempo de la mujer era cero, y que parecían estar rechazando irracionalmente un bien gratuito. En un contexto diferente, un funcionario del gobierno de Ghana se quejó en un reciente curso de formación del IDS de que era inútil intentar involucrar a las mujeres en sus proyectos porque parecían preferir ocupar todo su tiempo comerciando en el mercado. De ambos casos se desprende que se planificaba para las mujeres, pero que se les consultaba poco y por lo tanto era poco lo que se sabía sobre su propia percepción de sus necesidades y prioridades.
Si no se puede contabilizar, no cuenta
Si tienes que recurrir a información empírica en tus trabajos de planificación, protege tu ignorancia sobre las vidas de las mujeres seleccionando cuidadosamente el tipo de información que consultas. La sugerencia de Waring en este punto es breve y va al grano: 'Utiliza la información del censo nacional cuando sea posible (partiendo de la base de que la recogida de otro tipo de datos es demasiado cara o conceptualmente difícil) De esta forma serás capaz de caer en todo tipo de imaginativas omisiones, inclusiones y definiciones'. Como ella ha señalado, podrás omitir a 'trabajadores familiares no remunerados, trabajadores estacionales, la producción de subsistencia ... el procesamiento doméstico de cultivos ... todo el trabajo realizado por niños menores de 15 años y todo el trabajo, la producción y el consumo de las mujeres denominadas amas de casa'. Además, podréis poner distintos nombres a las actividades agrícolas de hombres y mujeres agricultura (actividad de hombres) y horticultura doméstica (actividad de la mujer) o utilizar la simple distinción de 'trabajo' y 'colaboración' otorgándoles de ese modo un valor desigual en las cuentas nacionales.
Existen otras prácticas censales que han asegurado que la contribución productiva de la mujer esté infravalorada:
-- Preguntar sólo por la ocupación 'primaria'. La mayoría de las mujeres ponen 'tareas domésticas' como su ocupación primaria, pero el término tiene distintas consecuencias en las áreas urbanas y rurales y entre los ricos y los pobres. En las zonas rurales es más probable que las tareas domésticas incluyan diversas tareas agrícolas (procesamiento y almacenamiento post-cosecha; recolección de combustible y de agua; cuidado de ganado y de aves, etc...), y en las zonas más pobres las tareas domésticas probablemente contendrán una mayor variedad de actividades para estirar los ingresos, más que funciones de gestión y supervisión. Un ejemplo clásico de mala práctica censal se produjo en la India, donde la prioridad que se daba a la 'ocupación primaria' en el censo de 1971, comparada con la del censo de 1961, fue en parte la causa de la drástica disminución de 28 millones de trabajadoras rurales registradas.
- Preguntar sólo por la ocupación 'actual' y no por la 'habitual'. De esta forma, dada la gran diversidad de tareas agrícolas y domésticas en las que están implicadas las mujeres, el censo probablemente omita a las mujeres que en el momento de la recogida de datos se encuentren realizando las tareas domésticas. Así, la vigésimo séptima Encuesta Nacional por Muestreo de la India encontró escasas diferencias entre las dos definiciones en lo referido a la participación de la fuerza de trabajo rural masculina y a la participación de la fuerza de trabajo urbana masculina y femenina. Sin embargo, recogió seis millones de mujeres rurales más bajo la definición de 'estado habitual', comparada con la de 'estado actual'.
- Otra modalidad de sesgo fue señalada por Renée Pittin para el caso del censo de Nigeria de 1952, que permitía seis categorías de trabajos para los hombres y sólo tres para las mujeres, de las que una era 'otros' (1987). En uno de los distritos, Pittin observó que el 90% de las mujeres se encontraban dentro de la categoría 'otros' y los planificadores seguían sin enterarse a qué se dedicaban estas mujeres. No es sorprendente que el Departamento de Estadística llegara a la conclusión de que 'los tres grupos ocupacionales de la mujer no han facilitado una información tan útil sobre la ocupación primaria como la de los hombres' (citado en Pittin 1987:32).
- Finalmente, todas las actividades cuyo producto no ingresan ampliamente en el mercado son omitidos de las cuentas del PNB dado que no se les puede dar un valor monetario. En consecuencia, trabajos como la maternidad, el cuidado de niños y el cuidado de los miembros de la familia enfermos, discapacitados o ancianos, se tornan invisibles en su totalidad. Como N.S. Jodha ha señalado, existe una línea muy tenue entre no contabilizar algo en una actividad de planificación de proyectos porque no puedes medirlo y así negar su existencia, y verla como algo sin valor y por ello como un valor negativo en las cuentas de PNB y como una pérdida en la riqueza nacional.
Todos estos procedimientos de nombrar, contar, omitir o incluir tienen implicaciones muy prácticas, puesto que determinan la forma en que los planificadores deben asignar los recursos. Si se considera que una actividad no contribuye al PNB, cualquier asignación de recursos para ella parecerá estar hecha por razones de bienestar más que de eficiencia, como una opción secundaria, y lo primero de lo que se podría prescindir en épocas de escasez económica.
Programación sectorial para realidades intersectoriales
Íntimamente relacionado con mi último argumento se encuentra el siguiente consejo de Waring: 'Adopta un enfoque sectorial respecto al desarrollo en general y a cada proyecto en particular'. Esto tiene dos ventajas importantes. En primer lugar, se puede trazar una línea divisoria entre los sectores que afectan a la eficiencia (agricultura, industria, economía y comercio exterior) y los que afectan al bienestar (salud, planificación familiar, reducción de la pobreza, mujer, e infancia). Esto te ofrece de inmediato una jerarquía de prioridades, con los proyectos relacionados con la eficiencia situados en primer lugar como activos económicos (de otra forma no habría recursos), y los proyectos de bienestar social como pasivos económicos que enjugan recursos residuales.
En segundo lugar, la planificación sectorial nos ayuda a eludir el problema de considerar las implicaciones intersectoriales. Al ignorarlas, te aseguras de que se conviertan en un problema ajeno. De hecho, lo más probable es que se convierta en un problema de las mujeres. Una planificación hecha poco sistemáticamente y en compartimentos estancos ha permitido que diferentes grupos de planificadores se limiten a un único aspecto de la vida de las personas y a diseñar sus proyectos prestando atención tan sólo a ese aspecto. Sin embargo, dada la gran variedad de tareas que tienen que desempeñar las mujeres, particularmente las mujeres pobres, para el cuidado de sus familias y para contribuir a su sustento, el resultado es que están sometidas a una batería de señales contradictorias por parte de las iniciativas de desarrollo.
Las primeras acciones de desarrollo se centraban en las mujeres como esposas y como madres. Esto condujo a la proliferación de proyectos que buscaban darles capacitación en economía y habilidades domésticas y en educación nutricional, y motivarlas a la planificación familiar. Tras una amplia serie de críticas a la aproximación 'asistencialista' a la mujer, actualmente se tiende a ver a la mujer como agente económico, y se la hecho destinataria de proyectos agrícolas, factorías orientadas a la exportación y microempresas. Buena parte de la responsabilidad de la denominada atención comunitaria de salud recae en las principales encargadas de la salud de la familia, que de nuevo son las mujeres. Utilizar el concepto agregado de 'la comunidad' suele ocultar el hecho de que es a las mujeres a las que se les pedirá que respondan a los mensajes de la atención primaria a la salud. Si este hecho fuese reconocido abiertamente, la provisión de servicios de salud podría ser diseñada conforme a la carga laboral y el programa de trabajo que la mujer tiene realmente. Más recientemente, con la nueva agenda verde, se han propuesto en los foros internacionales nuevos proyectos de 'atención ambiental primaria', con el gran peligro de que las mujeres, que según algunos son las preservadoras de la naturaleza, aún tendrán que asumir un nuevo conjunto de responsabilidades.
El problema es que todas estas presunciones son general y simultáneamente ciertas. Las mujeres, especialmente en los países pobres del Tercer Mundo, son las primeras responsables del cuidado de los hijos y de velar por los enfermos, los discapacitados y los ancianos; también son productoras de recursos económicos y financieros para sus familias. En sus funciones como recolectoras de leña y portadoras de agua han experimentado los efectos negativos de la sobreexplotación comercial de los recursos naturales, y han demostrado innovación y creatividad en sus respuestas. No es sorprendente que los datos disponibles sobre la distribución y uso del tiempo muestren que las mujeres trabajan muchas más horas que los hombres en casi todos los lugares del mundo. El perfecto entramado de las vidas de las mujeres, que abarca actividades productivas y reproductivas diversas, es fácilmente pasado por alto dentro de procesos de planificación sectorial y poco sistemáticos.
Este desajuste entre el pensamiento sectorial de los planificadores y el despliegue intersectorial de las actividades de la mujer es en parte responsable del fracaso de muchos proyectos que afirmaban estar dirigidos a las necesidades de la mujer. Los proyectos diseñados para un sector con la mujer como objetivo no tuvieron en cuenta a qué otros sectores deberían haber estado dirigidos. Los proyectos de asistencia primaria de salud, las actividades generadoras de ingresos, los programas de alivio de la pobreza basados en obras públicas y los proyectos de medio ambiente, han sido establecidos en su totalidad, implícita o explícitamente, teniendo como objetivo la misma categoría de población que participa en ellos. Como resultado se crean demandas conflictivas sobre el tiempo de las mujeres, mayores cargas de trabajo y, a largo plazo, proyectos fracasados. Y cuando un proyecto fracasa, los planificadores no culpan a la miopía de sus propias presunciones, sino a la inutilidad de planificar para la mujer.
Necesidades y necesidades
Finalmente, si por alguna razón tienes que demostrar tu conciencia de género, incorpora las necesidades de la mujer en los objetivos de la programación, pero usa una definición selectiva de estas necesidades. La cuestión es que hay necesidades y necesidades; algunas surgen de la realidad del día a día de la vida de la mujer, y otras se derivan de la meta de transformar una realidad injusta (Molyneux 1985). Incluso en una situación en la que la mujer ha sido identificada como un elemento importante de los esfuerzos de desarrollo, el cambio real puede ser evitado con una orientación selectiva a sus necesidades prácticas, es decir, a aquéllas necesidades que ayudan a la mujer a cumplir con sus roles y responsabilidades, tal y como están definidos por la actual división del trabajo en función del género. Estas necesidades se pueden relacionar con sus roles como madres, como las que atienden la salud familiar o incluso como agentes productivos, pero se trata de necesidades que surgen de cómo se ha definido a la mujer dentro de un status quo determinado por el género.
Es mucho más fácil pensar en el poder como una característica de las relaciones entre razas, castas o clases, que como una característica de las relaciones entre mujeres y hombres, y particularmente de las relaciones que se establecen dentro de la misma familia. Como Waring señala, esto conduce al extendido supuesto de que 'la familia es el lugar en el que las mujeres y los niños encuentran su existencia material garantizada y su seguridad física a salvo'. Pero cada vez hay más documentación sobre la discriminación antes citada, y también sobre la violencia contra las mujeres esposas maltratadas, violaciones, abuso de menores y maternidad forzada, que sugiere que el poder no es sólo un rasgo común de las relaciones de género, sino que a menudo adopta formas muy coercitivas.
Incluso cuando los planificadores son conscientes de estas facetas de la subordinación de la mujer, les es más conveniente y más seguro políticamente centrarse en aquéllas necesidades que no amenacen el poder y los privilegios del hombre. Prefieren pasar por alto los intereses estratégicos de la mujer, que surgen de su posición subordinada en la sociedad y que requerirían una transformación radical de la relaciones interpersonales entre mujeres y hombres, de forma que las mujeres tengan mayor poder sobre sus propias vidas, y los hombres menos poder sobre las vidas de las mujeres. Han logrado resistirse a aprender del cada vez mayor número de organizaciones políticas y de ONG que han hecho del empoderamiento de la mujer y de la concienciación del hombre sus objetivos primordiales. Y, a menos que se lleven a cabo estos avances estratégicos, incluso en las mejoras prácticas logradas por la mujer se pueden retroceder cuando se agoten los recursos. Este hecho pudo observarse en la década de los ochenta, cuando la crisis económica internacional obligó a los gobiernos de muchos países del Tercer Mundo a reducir los servicios de salud y educación y el empleo en el sector público.
Conceptos de capacitación de género para planificadores del desarrollo
Subrayar la forma en que la mujer ha sido excluída del desarrollo es un buen punto de partida para aumentar la concienciación sobre el género. La capacitación de género, no obstante, ha de ir más allá de la mera crítica a los fracasos de proyectos anteriores y de facilitar a los trabajadores del desarrollo listas de control y orientaciones con las que controlar su propio desempeño. La capacitación de género también debe ocuparse de descubrir todos los prejuicios y las ideas ocultas que sobre el género entran en juego en los programas de desarrollo. Esta parte del artículo ofrece algunos de los elementos básicos de un enfoque alternativo del desarrollo: el desarrollo con una perspectiva del género.
Comencé mencionando la lista de Chambers sobre las prácticas de planificación que contienen un sesgo contra los pobres. El autor atribuye esos procedimientos sesgados a los valores y a las preferencias de los profesionales del desarrollo, a su lejanía de los pobres, y a los inadecuados métodos de aprendizaje con los que han sido educados. Los sesgos sobre el género que hemos mencionado son, en general, más difíciles de identificar y de reconocer, debido a que están ocultos en ideologías profundamente arraigadas sobre lo que es 'natural' o 'viene dado'. Existen, por supuesto, explicaciones 'naturalistas' de la pobreza (los pobres son inferiores, tienen coeficientes intelectuales más bajos, etc), pero han dejado de ser aceptadas como explicaciones legítimas, con la salvedad de los más fanáticos. Pero se sigue pensando que las diferencias y las desigualdades entre géneros emanan de diferencias entre los sexos determinadas natural y biológicamente. Estas ideologías son algo con lo que todos hemos crecido, son parte del 'sentido común' imperante en muchas culturas, y todos tenemos algo en juego en su mantenimiento porque se encuentran profundamente enraizadas en nuestras identidades. Desafiar, o simplemente cuestionar, las divisiones imperantes entre mujeres y hombres también puede, en cierta forma, poner a prueba el propio sentido de la individualidad.
El objeto de la capacitación de género es, por lo tanto, distinguir entre lo que es natural y biológico y lo que es una construcción cultural, y a lo largo de este proceso renegociar los límites entre lo natural y por tanto aparentemente inflexible y lo social y por tanto relativamente transformable. El primer componente de nuestro marco conceptual es, por consiguiente, la distinción entre el sexo como 'biología' y el género como 'construcción social', y la distinción entre la existencia de atributos sexuales y sus interpretaciones culturales. El género es visto como el proceso por el cual los individuos nacidos bajo las categorías biológicas de 'varón' o 'hembra' se convierten en las categorías sociales de hombre y mujer mediante la adquisición de atributos de masculinidad y feminidad definidos localmente. Aunque el proceso de adquirir identidades de género convertirse en hombres y mujeres pueda parecer muy lejano para las preocupaciones de los profesionales y los responsables de políticas de desarrollo, de hecho es un punto de partida de crucial importancia. Con ello se desafía la idea de que los hombres y las mujeres están naturalmente adaptados a determinadas tareas o roles, y se empiezan a delinear aquellos aspectos de la realidad social que pueden ser cambiados al no estar definidos biológicamente.
Saber cuán profundamente arraigados se encuentran estos supuestos ideológicos en nuestra conciencia nos ayudará, además, a entender y a anticipar la hostilidad y la resistencia a los intentos de transformar las relaciones de género que encontraremos en algunas mujeres y en muchos hombres. En esta oposición encontraremos: a) apelaciones a la cultura y la tradición como si la cultura y la tradición estuviesen en cierta forma congeladas para siempre y no en un constante proceso de cambio; b) acusaciones de imperialismo cultural occidental como si las mujeres del Tercer Mundo fuesen en cierta forma incapaces de realizar un análisis autónomo de su propia situación; c) temor a que el reconocimiento de las relaciones de poder dentro de la familia pusiera en peligro a la institución, en vez de ser un paso en favor de un mayor igualitarismo; d) y, por supuesto, 'humor' despectivo y franca hostilidad.
El segundo componente de nuestro marco conceptual sobre género y desarrollo es el examen y el análisis de los diferentes relaciones y procesos que construyen el género en diferentes culturas. Una razón clave para tratar la diferencia de género como una construcción social y no como algo dado por naturaleza es la diversidad intercultural de sus manifestaciones. Uno de los errores de la planificación del desarrollo ha sido asumir que las diferencias de género están biológicamente determinadas y por tanto son uniformes en todos los contextos. Los planificadores han sido, por consiguiente, culpables de trabajar con modelos de relaciones de género etnocéntricos, clasistas y con un sesgo urbano, asumiendo que los modelos que les eran más familiares eran los únicos posibles.
Un enfoque relacional del género ayuda a despejar estos errores. Este enfoque examina las relaciones sociales clave que producen la división de los atributos, tareas, responsabilidades, habilidades y recursos de género entre mujeres y hombres (véase Whitehead 1979). La familia y el parentesco es el ámbito primordial en la construcción de las relaciones de género. El matrimonio es claramente un ejemplo importante de tales relaciones, pero todas las relaciones en las que se estructuran las interacciones entre los géneros (hermano, hermana, madre, padre, suegra) están implicadas en la construcción social de las identidades y las categorías de género. Mientras que las relaciones en las que existe interacción entre hombres y mujeres fuera del núcleo familiar pueden no ser intrínsecamente relaciones de género, se convierten en vehículos del proceso de construcción del género, porque reproducen las diferencias de género en las posiciones de mujeres y hombres. Mujeres y hombres se incorporan a los mercados, a organizaciones políticas, a burocracias y a ONG portando las características, habilidades, recursos, capacidades y aptitudes que se les han asignado en función de su género; su experiencia dentro de estas instituciones probablemente reflejará y reproducirá estas divisiones.
El tercer componente de nuestro esquema conceptual es enfocar con más detalle un aspecto crítico de las relaciones de género, la división del trabajo, que no sólo determina quién hace qué tareas, sino también cómo serán valoradas, cómo se asignarán y se adquirirán habilidades y aptitudes por parte de hombres y mujeres, y la distribución de los recursos valorados socialmente que es consecuencia de esta división. Los objetivos son, en primer lugar, hacer visibles las interconexiones y las sinergias que se producen entre las tareas asociadas con la producción y la reproducción y quienes las llevan a cabo; y en segundo lugar señalar la forma en la que diferentes divisiones de trabajo crean diferentes relaciones de interdependencia e intercambio entre hombres y mujeres. El primer paso a dar en cualquier forma de planificación del desarrollo es compilar información sobre la división del trabajo y las relaciones de autoridad y control dominantes a nivel local, sobre la toma de decisiones en diferentes etapas del proceso de producción, y sobre la distribución de los frutos del trabajo que los diferentes modelos de relaciones laborales tienen incorporada.
El cuarto componente es replantearse el significado de la producción a la luz del análisis de la división del trabajo ligada al género. Debemos dejar atrás las definiciones que privilegian la producción para el mercado como criterio clave, o incluso la mera producción de recursos materiales. Es posible plantear una nueva perspectiva si volvemos atrás para examinar los objetivos últimos del desarrollo. Existe un consenso cada vez mayor respecto a la idea de que el desarrollo requiere una mejora del desarrollo humano y del bienestar de todos los miembros de la sociedad, al margen de su edad, género, casta, etc. El Ajuste con rostro humano de UNICEF (1987), el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD (aparecido por primera vez en 1990), el Engendering Adjustement for the 1990's (1989) de la Secretaría de la Commonwealth (1989) y el Informe sobre el Desarrollo Mundial. La Pobreza de 1990 del Banco Mundial, son en conjunto la evidencia de estas preocupaciones.
Desde el punto de vista de nuestro marco conceptual, el factor humano es un punto de partida decisivo de toda planificación del desarrollo, puesto que el trabajo y la creatividad humana contribuyen al proceso de desarrollo, y el bienestar humano es el resultado esperado. Las actividades que contribuyen a las necesidades cotidianas, a la reproducción generacional de los seres humanos y a su salud y bienestar, deben ser vistas como actividades productivas a contabilizar como activos en los balances nacionales, independientemente de que se lleven a cabo a través de la familia, del mercado o de las burocracias estatales. Tal reconocimiento asegurará que los planificadores tengan en cuenta estas actividades y sus interconexiones a la hora de asignar prioridades y recursos. El gasto destinado a los servicios públicos de salud y de atención materno-infantil no será visto como gasto improductivo, sino como inversión productiva en el capital humano de la nación, y como precondición clave para liberar el trabajo de la mujer para otras actividades productivas. Como señala Elson, el gasto en los servicios de bienestar social se torna complementario, más que competitivo, en términos de eficiencia (1991).
Nuestro quinto componente deja de orientarse a lo que es y pasa a centrarse en lo que podría ser, de la planificación para las necesidades prácticas al diseño de estrategias para el empoderamiento. Mientras no ofrezcamos propuestas marco para la acción y no creemos que tales propuestas sean útiles en este contexto, existen varias formas de analizar la cuestión del poder en relación al género. Lo que más sorprende sobre la dimensión del poder en las relaciones de género es hasta qué punto se han internalizado tanto por las mujeres como por los hombres las ideologías sobre las diferencias y desigualdades de género como el estado natural de las cosas. El empoderamiento de la mujer debe comenzar por la toma de conciencia individual y por la construcción imaginativa de formas alternativas de ser, vivir y relacionarse. No obstante, para producir un cambio social debemos movernos desde cambiar nuestros modos personales de pensar y de obrar, hasta el cambio de realidades externas. Y aquí es donde las lecciones, los triunfos y los retrocesos de las experiencias de organización de la mujer para avanzar en sus necesidades prácticas y en sus intereses estratégicos se convierten en la materia prima con la que diseñar nuevas estrategias.
Para terminar, nuestra meta debe ser alejarnos de conceptos abstractos y globales del desarrollo con los que los planificadores han trabajado en el pasado, y trabajar para conseguir una comprensión más holística del mismo. Para ello será necesario tomar conciencia de las implicaciones humanas y relacionadas con el género de todas las formas de intervención; fundamentarlas en las múltiples interconexiones existentes entre producción y reproducción y entre la creación de recursos materiales así como de recursos humanos; dar tanto valor al proceso cómo se hacen las cosas como a los resultados qué es lo que se hace; y, finalmente, reconocer que la igualdad de género, en el marco de la transformación social, requiere el empoderamiento de las mujeres y el establecimiento de alianzas con los hombres a fin de que éste sea un logro sostenible. Es un proyecto ambicioso, puesto que tal transformación social debe operar en los dinámicos conjuntos de relaciones que se entrecruzan para conformar todas nuestras realidades sociales. Al mismo tiempo, para aquellos que se sienten sobrepasados por las enormes dimensiones de la tarea que supone desafiar los límites de lo que se considera natural, y por lo tanto más allá de nuestras fuerzas para cambiarlo, podemos recordar las palabras de Paulo Freire (citado en Maguire 1984):
La sociedad se nos revela ahora como algo inacabado, no como algo inexorablemente dado. Se ha convertido en un desafío más que en una situación sin esperanza.
Notas
1 Este artículo se basa en una ponencia presentada en el Taller sobre Capacitación de Género y Desarrollo del National Labour Institute y la Fundación Ford celebrado en Bangalore en diciembre de 1990.
2 Aunque se ofrecen cursos cortos a la medida de diferentes grupos, la principal actividad de capacitación de género del IDS tiene lugar en un curso corto de tres meses titulado 'Mujeres, Hombres y Desarrollo', que se lleva a cabo cada 15 meses en el Instituto, y una Maestría de un año lectivo sobre Mujer y Desarrollo, que está vinculado a la Universidad de Sussex.
3 Marilyn Waring ha sido diputada en el Parlamento de Nueva Zelanda. En la actualidad trabaja como escritora y criadora de cabras. Ha publicado recientemente una brillante y aguda disección del Sistema de Cuentas Nacionales de Naciones Unidas en If Women Counted (Basingstoke: Macmillan, 1989). (Existe edición en castellano: Si las mujeres contaran. Una nueva economía feminista. Madrid: Vindicación Feminista 1994).
Referencias
Chambers, R., 1983, Rural Development: Putting the Last First, Harlow: Longman.
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La autora
Nabila Kabeer ha sido miembro del Instituto de Estudios del Desarrollo (IDS) de la Universidad de Sussex (Inglaterra) desde 1985. Allí imparte el curso 'Mujeres, hombres y desarrollo'. Es economista y trabaja en temas de género y desarrollo, con un interés especial en economía doméstica, pobreza, población y políticas de salud. Es miembro del Colectivo de Análisis Feminista y del Consejo de Administración del Instituto PANOS. Este artículo apareció por primera vez en Development in Practice volumen 1, número 3, en 1991