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Algunas ideas sobre género y cultura

Maitrayee Mukhopadhyay

En un artículo que apareció en Development in Practice, Volumen 5, Número 3, Mike Powell sacó a la luz muchas cuestiones sobre las percepciones subjetivas, primordialmente de aquellos 'extranjeros' que interfieren en culturas que no comprenden totalmente. Estos dilemas tienen consecuencias tanto para los agentes 'locales' como para los 'extranjeros', puesto que todos los trabajadores del desarrollo intervienen, de alguna forma, en los procesos de la transformación social, y se encuentran implicados en el tema de asignar recursos.

Quiero explorar la cuestión del género y la cultura; son ámbitos en los que la forma en la que se entiende una situación dada y se interviene en ella por parte de los trabajadores del desarrollo puede reforzar la desigualdad de género, o demostrar la posibilidad de que tales desigualdades puedan ser cuestionadas.

En la India, yo trabajo dentro de mi propia sociedad y cultura y, por lo tanto, soy uno de los agentes 'locales'. Pero en mi trabajo en pro de la equidad de género, a menudo he sufrido las acusaciones de diferente sectores, que plantean que ello va en contra de nuestra cultura, viola nuestras tradiciones y (la peor de todas las críticas en el contexto de la India) que está 'occidentalizado'. Es muy común que se etiquete de esta forma a los profesionales que trabajan en el campo del género y el desarrollo, aunque las imputaciones concretas puedan variar de un ámbito a otro. Las relaciones de género son consideradas como uno de los aspectos más íntimos de nuestra tradiciones culturales, y ponerlas en cuestión parece ser un desafío a los fundamentos mismos de nuestra identidad.

En 1984 publiqué un libro sobre la mujer y el desarrollo en la India, y emprendí un viaje promocional por el Reino Unido. Entre las muchas conferencia que realicé, la más memorable para mí fue la del Centro Pakistaní de Liverpool. La mayor parte de la audiencia, compuesta predominantemente por hombres, procedía de India, Pakistán y Bangladesh.

El debate que siguió a mi charla fue animado como mínimo, e insultante en el peor de los casos. Mi libro criticaba el modelo indio de desarrollo, por actuar en contra del los intereses de las mujeres, y a la sociedad india por su forma de tratarlas. Al principio me quedé muy sorprendida por la reacción, hasta que caí en la cuenta de lo que estaba pasando. Los indios, los pakistaníes y bangladesíes se habían unido (dejando a un lado, por un momento, sus amargas diferencias en el subcontinente) para defender enérgicamente su cultura y su tradición: una tradición que respetaba a sus mujeres, una tradición que se mostraba protectora con sus mujeres, y en la que las mujeres eran consideradas el centro de las familias, las cuales, a su vez, eran colectividades de cooperación, amor y sacrificio. En realidad, estaban dibujando una imagen simplificada de las relaciones de género que equivalía a una´ficción, la de una cultura monolítica y atemporal, una cultura 'surasiática' inmutable.

Había ofendido a mi público, primero por 'convertirme en una traidora' para con mi propia cultura y plantear dudas sobre la posición de la mujer en la sociedad de la India. Segundo, lo había hecho en un país occidental que ellos habían decidido considerar, con el fin de preservar por separado su propia identidad cultural, como una cultura llena de mujeres 'fáciles' y familias rotas.

Hubo una secuela de esta experiencia: una mujer pakistaní me siguió hasta la salida y me felicitó por mi conferencia. Ella había estado trabajando con mujeres asiáticas que habían sufrido violencia doméstica desde que su hija se suicidó, incapaz de soportar más el tormento y la tortura que sufría en el hogar marital.

Suelen ser trabajadores del desarrollo expatriados los que más a menudo me preguntan si al intervenir en nombre de las mujeres estamos perturbando los roles y las relaciones de género que son característicos de una cultura. El temor a que podamos estar imponiendo nuestros propios valores culturales al fomentar la igualdad de género en nuestra labor para el desarrollo es muy real. No obstante, es real en gran medida porque permitimos que nuestras propias presunciones acerca de las mujeres, basadas en nuestra cultura, influyan nuestra respuesta a las visiones alternativas sobre la igualdad de género. Además, no somos capaces de reconocer las formas cotidianas de resistencia que presentan los grupos subordinados, porque no se corresponden con nuestra experiencia.

Si las relaciones de género se equiparan con los aspectos más íntimos de nuestras culturas, y si la cultura y la tradición se consideran algo inmutable y no como el lugar de resistencia de los grupos subordinados, las relaciones de género se convertirán pronto en un 'zona prohibida'; y la asignación de recursos para compensar el desequilibrio de poder existente entre hombres y mujeres se convierte en algo políticamente difícil.

Pero las culturas no son fijas ni inmutables. Las disputas para 'fijar' los significados de las entidades sociales se producen permanentemente, y producen cambios en las prácticas sociales. Los trabajadores del desarrollo han de tomar partido en las disputas que ayudan a desmantelar las jerarquías de género y clase. Si no logramos reconocer que estas disputas se están produciendo, y escuchamos únicamente las voces de los poderosos de la sociedad, estamos de hecho poniéndonos de parte de los integristas, que por todo el mundo hacen de la religión algo uniforme, imponiendo tradiciones que sancionan roles y relaciones de género jerárquicas, y presentándolas como algo fidedigno e invariable.

No hay una diferencia absoluta entre el mundo material y el mundo de las ideas, los valores y las creencias. Debemos trabajar a ambos niveles para conseguir los cambios que se supone son el propósito del desarrollo. Quiero terminar con un ruego para los trabajadores del desarrollo: que utilicen la cultura como una forma de abrir las áreas más difíciles de tratar las relaciones de género, y que no la consideren como un callejón sin salida que nos impida trabajar en favor de unas relaciones más igualitarias entre mujeres y hombres.

La autora

Maitrayee Mukhopadhyay es Asesora de Género y Desarrollo de Oxfam (UK/I), y se centra en el Sur de Asia y en Oriente Próximo. Su libro, Silver Shackles, (Argollas de plata) fue publicado por Oxfam en 1984. Estas ideas se desarrollan de manera más amplia en un artículo publicado por la autora en Gender and Development 3:1, pp. 13-18.


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