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Trabajar con los niños de la calle

Tom Scanlon, Francesca Scanlon y Maria Luiza Nobre Lamarão

Introducción

El problema de los niños de la calle en Belém, una ciudad brasileña de aproximadamente un millón y medio de habitantes, no es de ninguna manera tan grande como en São Paulo, Río de Janeiro o Recife. Sin embargo, hay tal falta de información sobre este fenómeno creciente y universal que, aunque no pretendemos ser grandes expertos en el tema, pensamos que nuestro material puede ser útil para quienesvayan a realizar este tipo de trabajo. Pudimos implicarnos en ello sólo gracias a amigos altruistas y a familiares comprensivos de Brasil, a través de los cuales pudimos trabajar dentro de lo que se conoce como 'el movimiento popular'. Nuestra experiencia se lo debe todo a la energía, la habilidad y el compromiso de muchas personas distintas.

Estuvimos trabajando principalmente con chicas adolescentes y con niños y niñas pequeños (sobre los que se sabe aún menos que sobre los chicos) a través de nuestra vinculación al Centro de Defensa del Menor (CDM). El CDM está formado por graduados y estudiantes de trabajo social y por abogados y psicólogos; es una rama de la Asociación del Pequeño Vendedor (Républica do Pequeno Vendedor), que a su vez está unido al Movimiento Nacional de Niñas y Niños de la Calle (Movimento Nacional de Meninas e Meninos da Rua).

¿Quiénes son los niños de la calle?

Cuando hablamos de los niños de la calle, nos referimos a los niños que se pasan todo el día en la calle. Algunos siguen allí durante la noche, otros tienen hogar, y otros entran y salen de las casas de sus familiares, parientes, empleados o amigos. Con el constante movimiento poblacional del campo a la ciudad el número de niños de la calle sigue aumentando. Actualmente incluye no sólo a muchachos adolescentes, sino también a chicas adolescentes, niños y niñas pequeños y, a veces, hasta familias enteras.

Nadie sabe exactamente cuántos son: las estimaciones varían notablemente. Algunos organismos oficiales intentan ocultar la importancia del problema. Otros grupos implicados en prestarles asistencia intentan impresionar con la exageración, quizás con la esperanza de alertar a la opinión pública y así presionar a las autoridades para que emprendan una actuación más positiva. Pero la situación llama la atención por sí misma y no es necesario exagerarla.

Todas las partes están de acuerdo en que el problema está creciendo y que aún no se le ha encontrado una solución. Por muchas razones, los servicios sociales son inadecuados en cobertura y estructura. Esto, junto con la reciente aparición de los justiceiros grupos parapoliciales de vigilantes y escuadrones de exterminio que, a menudo con la aprobación de los comerciantes, empresarios y hasta de la policía, intentan 'resolver' el problema mediante el asesinato, ha añadido miedo y desconfianza a la sensación de enajenación que sienten los niños que ya viven en los confines de la sociedad.

Trabajar con los niños de la calle es frustrante; con frecuencia, los objetivos están mal definidos y los resultados son confusos. Incluso el traslado de un niño de la calle a un entorno familiar no constituye un éxito total. Las cicatrices del pasado son tales que es discutible si muchos de ellos podrían adaptarse y reintegrarse en la sociedad. Muchos tienen una opinión claramente ambivalente sobre si desean volver. La mayoría dejaron sus hogares a causa de malos tratos o del rechazo paterno, y la precaria camaradería, el atractivo y la independencia que ofrecen las calles, no tienen comparación con la vida que llevaban en casa. No tienen un modelo de estabilidad o afecto, y por ello encuentran muy difícil demostrar estos sentimientos. Son desconfiados, contradictorios y poco fiables. Uno se puede preguntar ¿quién podría culparles?, pero muchos evidentemente lo hacen.

La mayoría de los niños de la calle tienen poca o ninguna educación formal. Actualmente, en Brasil sólo acaba la enseñanza primaria el 10% de todos los niños; y fue muy difícil para nosotros encontrar a alguno que hubiera estudiado más allá del nivel más elemental. Después de vivir en las calles es muy difícil para un niño volver a la vida escolar formal. La estricta disciplina de muchas escuelas contrasta con la naturaleza voluble y problemática de estos niños, y esnifar pegamento de forma habitual no ayuda a mejorar la concentración en unos programas escolares que a veces son totalmente inadecuados. Si se les pregunta, responderán fácilmente que les encantaría estudiar. Otros puede que digan que les gustaría aprender algo útil para conseguir un trabajo. Muchos ya han sido expulsados de la escuela y tendrían que afrontar el mismo destino si volvieran alguna vez.

Los pequeños de cuatro o cinco años suelen estar en las calles acompañados de hermanos o hermanas mayores. Los que empiezan la vida de la calle solos normalmente tienen entre 7 y 15 años. Los chicos trabajan ocasionalmente como lavacoches, cuidadores de coches aparcados o limpiabotas, aunque es posible que tengan que competir con los adultos que intentan realizar el mismo trabajo. Las chicas suelen ser vendedoras callejeras de caramelos y chicles. Muchos de los chicos acaban robando y las chicas prostituyéndose. No obstante, todos ellos expresan casi siempre su deseo de trabajar y normalmente no presumen de robar. Muchas han trabajado en los puestos de los mercados o como criadas internas, pero lo dejaron por sentirse explotadas.

Todos tienden a unirse en grupos de en torno a seis, y entre ellos se crea un cierto grado de lealtad colectiva, normalmente dirigido contra las fuerzas externas como la policía. En Belém, los niños de la calle son buscados por la iglesia evangélica integrista y ocasionalmente por los servicios sociales, así como por los turistas que quieren fotografiarles.

La policía ha arrestado alguna vez a prácticamente todos los niños, y estos han sufrido palizas y extorsiones. Algunos quedan libres sólo con la condición de que vuelvan con más mercancía robada. Desde 1991 existe una ley que prohibe a la policía arrestar a un menor sólo por ser sospechoso de robo. Pero la policía, que está muy mal pagada, e incluso peor formada, continúa haciéndolo. Por ejemplo, una vez fuimos al punto de reunión de estos chicos y comprobamos que todos los de sexo masculino habían sido llevados bajo custodia. Aparentemente, como al día siguiente era el Día de la Madre y las calles estaban llenas de compradores, los niños no serían puestos en libertad hasta que cerraran las tiendas. Este tipo de acciones es muy común y cuenta con la aprobación de los propietarios de las tiendas y de los compradores. Frases como 'operación peine de dientes finos' se utilizan cuando la policía limpia las calles de 'canallas' antes de un gran festival, de las vacaciones o de la llegada de un político importante.

No es del todo sorprendente que en un estudio realizado por la Fundación para el Bienestar del Menor se comprobara que un 30% de los niños de la calle ambiciona ser policía porque así podrían robar libremente sin miedo a ser capturados y maltratados (Dimenstein 1992). La realidad es que el 60% de los reclusos de la prisión de São Paulo fueron alguna vez niños de la calle. Confesiones tan francas como estas agrian la opinión de estos niños sobre la vida. La mayoría esnifa pegamento y consume cannabis cuando puede. En un estudio realizado por el CDM (1) , al preguntarle qué pensaba sobre ser adicto a las drogas, un joven replicó que le parecía magnífico cuando uno se podía costear la adicción pero un poco duro cuando no era posible.

Estrategias de supervivencia en la calle

El robo se convierte en una forma de vida, especialmente para los chicos, del mismo modo que la prostitución lo es para muchas de las chicas. Cuando no consiguen dinero suficiente trabajando de lavacoches o de cuidadores de coches aparcados, lustrando zapatos o vendiendo chicles, buscan alternativas. Pero la sospecha con que los miran los adultos, a menudo como consecuencia de haber sido víctimas de delitos menores y a veces violentos, queda eclipsada por el miedo que estos niños tienen a los adultos. Nosotros somos los que abusamos de ellos, quienes los forzamos a tener relaciones sexuales no deseadas, y quienes les negamos el acceso a los derechos que pueden tener sobre el papel. Podemos haberlos capturado, encerrado y maltratado. Algunos de nosotros podemos hasta haberlos matado. La desconfianza mutua impide cualquier intento de mejorar la comprensión entre unos y otros y sólo sirve como terreno fértil para los vigilantes parapoliciales y sus drásticas 'soluciones'.

La prostitución

Así como a los chicos de la calle se les supone ladrones, a las chicas de la calle generalmente se las supone prostitutas. Las chicas de 12 y 13 años aceptan regalos a cambio de favores sexuales. Los clientes las acosan con frases como: 'No te compro ningún chicle pero te compro a ti'. Si la chica reacciona rechazándolo con palabras fuertes, sólo servirá para reforzar la suposición del cliente de que 'no es virgen'. Si finalmente se convierten en prostitutas, aunque al principio lo sean sólo ocasionalmente, hablarán sobre el tema en tercera persona: 'una amiga mía se fue con tal y tal' o 'ella no conseguía vender caramelos ese día, por eso no pueden echarle la culpa, aunque yo no me iría con un hombre por dinero'. Aunque las chicas pueden ganar más dinero, la prostitución no está bien vista. No se sienten orgullosas por la independencia que les da la prostitución. Estas chicas no pueden controlar su destino. Es un acto de desesperación y son (y se ven a sí mismas) como víctimas.

Junto con la actividad sexual precoz, que comienza entre los mismos chicos, hay un alto nivel de desconocimiento y desinformación sobre las funciones fisiológicas, las enfermedades de transmisión sexual, la concepción, la anticoncepción y el aborto. Los embarazos precoces son inevitables, y a menudo vienen acompañados de intentos fallidos de aborto. Quizás debido a que este hecho es inevitable, o simplemente como una forma de afrontarlo, las chicas raramente se muestran desesperadas ni alegres cuando se enteran de que están embarazadas. Estas chicas no están mentalmente preparadas para la maternidad. Cuando nazca el bebé lo tratarán como a la muñeca que nunca tuvieron; lo abrazarán, lo acariciarán, lo vestirán con ropas bonitas (si es posible), y lo desatenderán cuando aparezca el aburrimiento o la irritación.

Estas chicas de la calle suelen volver a sus casas o a la casa de algún familiar o amigo para dar a luz, aunque es muy raro que dejen las calles por mucho tiempo. Volverán a la calle un par de semanas después del nacimiento, dejando al bebé en manos de un pariente o de otro niño. No tienen un modelo de maternidad apropiado para imitar y, en muy pocos casos, una buena madre sustituta. No dan el pecho a los bebés y los vacunan en raras ocasiones. La calle es un hábito que es muy difícil dejar.

La aparente aceptación de lo inevitable por parte de estas chicas se refleja en su reacción si el bebé muere. Aprenden muy poco del pasado. Conocimos a la madre de una chica de la calle que nos contó que su segundo nieto acababa de morir de sarampión. En Brasil se puede conseguir la vacuna aunque de forma irregular. 'Tiene gracia', nos dijo. 'Su hermano mayor también murió de lo mismo'. Otra chica de ocho años, cuya madre estaba en las calles todos los días, organizando a los chicos para robar y a las chicas para vender, nos dijo que su hermanastro había muerto unos días antes de su cumpleaños. 'Íbamos a hacer una fiesta', nos dijo, 'pero bueno, no tiene sentido hacerla si el niño ya se ha muerto'.

Los chicos, que a la edad de 16 ya suelen tener dos hijos, siguen siendo niños. Aunque se sienten orgullosos de su aparente virilidad, antes que ejercer la paternidad prefieren darle patadas al balón, volar una cometa hecha de bolsas de plástico viejas o pasarlo bien en el puerto con sus amigos. No están más preparados que las chicas para ello y, en muchos sentidos, su ignorancia los hace ser más inmaduros que otros chicos de su misma edad que se encuentran en una situación más privilegiada.

Los niños y niñas de la calle suelen tener una idea romántica de la vida familiar, de cómo es para los demás, con padres guapos y cariñosos, hijos encantadores y hermosos, sin peleas, ni mucho menos violencia. Esta ingenuidad también la expresan en otros temas como las relaciones sexuales. Por ejemplo, una vez estábamos leyendo un libro con fotografías sobre sexo; el libro estaba escrito para adolescentes de clase media y describía una experiencia entre adultos ensoñadora, romántica y finalmente orgásmica. A sabiendas de que muchos de estos niños habían sufrido violaciones y abusos sexuales, uno de nosotros preguntó con cierta irritación: '¿pero esto es así de verdad? ¿Es esta vuestra realidad?'. 'Por supuesto que es así', respondieron. '¿De qué otra forma podría ser?'. Este romanticismo puede ser otro mecanismo de defensa y, si es así, es muy comprensible. La realidad de la vida en la calle es tan dura que si tuvieran que afrontarla constantemente, a sabiendas de que hay muy poco que pueden cambiar, seguramente estos niños no durarían mucho. Fue un error por nuestra parte intentar forzarles a enfrentarse a un dilema que nosotros mismos no nos vemos obligados a enfrentar.

Aunque algunos de ellos son solitarios, los chicos de la calle suelen tomar parte en muchas actividades en común: esnifar pegamento, fumar cannabis, jugar, bañarse, vender y robar. La prostitución, especialmente cuando se inicia, se realiza en parejas. A menos que tengan una pareja estable, las chicas que pasan la noche en las calles tienden a dormir separadas de los chicos para evitar el contacto sexual no deseado.

La actividad delictiva, la venta ambulante y la mendicidad

Conocimos a algunas familias, como las descritas antes, que vivían una existencia Dickensiana, con la madre haciendo normalmente el papel de Fagin. El robo en los comercios se hace por el procedimiento del 'tirón', tanto en las tiendas como a los peatones que llevan relojes o cadenas. Algunas chicas mayores organizan a sus hermanas pequeñas para vender caramelos y chicles. Cuanto más pequeña sea la niña, más pena causará en los transeúntes y más probable será el éxito en las ventas. Las chicas suelen comprar cajas grandes de caramelos y chicles y van por bares y restaurantes vendiéndolos uno a uno. Si tienen un buen día, sacarán un beneficio del 100%, la mitad de lo cual lo utilizarán para reponer la mercancía. Si el día es bueno pueden sacar el equivalente a unos 30 dólares estadounidenses. Si tenemos en cuenta que el salario mínimo mensual es actualmente de unos 50 dólares, si consiguen 30 estarán encantadas. Pero los días buenos son pocos y sólo vienen de cuando en cuando. El trabajo de limpiabotas suele tener ingresos similares, aunque requiere una inversión inicial mayor: una caja, abrillantador y cepillos (con o sin una silla), lo que lo pone más allá del alcance de muchos niños. La mendicidad es otra forma de ganarse un dinero o, normalmente, algo de comer. Es frecuente que acosen a los turistas y a los que almuerzan en cafeterías o restaurantes con ruegos como: '¿Me compras un bocadillo?' o '¿Te vas a terminar eso?'.

Al estar sujetos a abusos, amenazas e insultos, los niños de la calle tienen la autoestima muy baja, y una baja opinión de sus iguales o de cualquiera que se salga de las convenciones sociales. Ellos mismos son, por esta razón, muy racistas, reaccionarios e intolerantes. En una ocasión, para ilustrar una charla sobre la anticoncepción, utilizamos un franelógrafo que por haber sido originariamente diseñado para África, tenía figuras africanas. Las chicas de la calle se rieron y las insultaron como 'esos negros tan raros y con esas ropas tan pasadas de moda'. Quizás uno de los motivos por los que conseguimos llevarnos bien con ellos fue que nuestra imagen de gringos educados, de clase media, con la piel clara y el cabello rubio, tristemente significaba para ellos la imagen a la que aspiraban.

Hicimos muchos amigos entre los niños de la calle, y varios de ellos llegaron a confiar en nosotros. No obstante, cuando quedábamos con ellos nunca llevábamos relojes y sólo un poco de dinero. El impulso de 'vivir al día' de estos niños, forjado a lo largo de muchos años, es tan fuerte que sería estúpido esperar que no aprovecharan una buena oportunidad. Y de todas formas, ¿Por qué iban a confiar en que estuviéramos cerca toda la vida? Aprendimos esta lección de los mejores asistentes de nuestro grupo, que a su vez habían aprendido que los mejores resultados se conseguían en función de la comprensión y no sólo de la amistad.

A pesar de que estos niños tienen las mismas aspiraciones que cualquier otro, ellos afirman que disfrutan viviendo en la calle. Les gusta poder hacer lo que quieren, jugar al fútbol, pescar, volar una cometa, holgazanear, reír y bromear. Pero también dicen que quieren dejar las calles para tener una vida familiar adecuada, para tener apoyo y ayuda, y amor y afecto.

Los resultados del primer estudio del CDM son preocupantes (2). No hay duda de que los resultados del segundo estudio, cuando se complete, serán similares. En la redacción de este artículo hemos utilizado libremente los datos de esos dos estudios.

Nuestros objetivos y métodos

El CDM fue fundado a principios de la década de los ochenta por miembros de una organización homóloga, la Asociación del Pequeño Vendedor. Funciona de dos maneras: trata casos individuales que le son enviados en busca de ayuda, y actúa como centro de información sobre los niños de la calle, los vendedores callejeros y el 'movimiento popular'. Para ello se llevan a cabo búsquedas bibliográficas regulares, con actualizaciones de la biblioteca del CDM y con estudios iniciados por el propio CDM, a veces en combinación con otros grupos.

Los casos individuales son remitidos por profesores y educadores, por los padres, por los mismos niños, los juzgados y, a veces, por la policía. Hasta que este proyecto empezara, la mayor parte del trabajo de casos individuales fue remitido por ellos. Cada caso es discutido en una reunión específica por un equipo de estudiantes y profesionales de la sociología, la psicología y el derecho, que deciden qué debería hacer cada división, y los pasos prácticos a realizar: visitas domiciliarias, reuniones con la policía, etc.

El personal observó que al tratar con estas personas, el CDM estaba atendiendo sólo a una pequeña parte del conjunto de las necesidades. Este hecho lo confirmaron las entrevistas mantenidas con los niños de la calles, muchos de los cuales no sabían de la existencia del CDM. Parte del problema era la ubicación del Centro mismo (el edificio había sido una donación), que estaba situado a unos cuantos kilómetros del centro de la ciudad, en un barrio de clase media.

En ese momento, un amplio estudio basado en entrevistas y realizado por el CDM identificó el nuevo problema en alza de las chicas de la calle que contaban con escaso apoyo y solían padecer las consecuencias de la prostitución, las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos precoces. El estudio concluyó con una serie de recomendaciones que implicaban comenzar un trabajo de promoción externa. El proyecto concreto en el que trabajamos se creó con la intención de cumplir algunas de las recomendaciones. Éstas eran:

Los primeros contactos

Después de una planificación extensiva y un gran número de reuniones, comenzamos el proceso de conocer a los niños de la calle. Esto implicó visitas periódicas a las zonas por las que se movían estos niños (principalmente los muelles y los mercados), en las que nos dimos a conocer, invitándoles a un almuerzo ocasional, e intentando ganarnos su confianza. Para ello, confiamos en Maria Luiza Nobre Lamarão (Lu) que había sido la fuerza motora del proyecto y que ya conocía a algunas niñas, y en Denise, una ex-chica de la calle que, sorprendentemente, iba a ingresar en la universidad.

La primera vez que nosotros (Scanlon y Scanlon) estuvimos en el puerto después del anochecer para intentar hablar con niños esnifadores de pegamento, nuestra desconfianza (nosotros mismos también habíamos sido víctimas de la ratería), se convirtió en un considerable temor a estar cometiendo una locura y estar a punto de descubrir por qué. Nos sentimos especialmente observados por ser gringos, y muchos niños nos miraban con sospecha. Afortunadamente, no sufrimos ninguna humillación. 'Puedes sacarte las manos de los bolsillos, tío', nos dijo uno. 'Si quisiéramos robarte ya lo habríamos hecho hace rato'. Hubo momentos en los que tuvimos que cambiar de lugar o retroceder porque la zona se estaba volviendo insegura, o porque había algunos niños desconocidos comportándose de manera amenazadora. No obstante, en conjunto tuvimos pocos problemas.

Nuestro propósito fue establecer un lugar en el que pudiéramos encontrarnos con ellos, inicialmente al menos una vez a la semana, para charlar y para atender sus problemas prácticos, muchos de los cuales ya los habían definido claramente las mismas chicas en una reunión que tuvo lugar en las oficinas del CDM el año anterior. Nuestra primera base fue un lugar pequeño, con el techo de hojalata, en el que había pocas sillas, hacía calor y estábamos apiñados. Muy pronto, esto estropeó cualquier deseo de permanecer despierto y hablar. El lugar, además, estaba muy lejos de la zona en la que andaban los niños. El coordinador del proyecto se las arregló para conseguir una sala grande con jardín, en un centro de conferencias perteneciente a la archidiócesis, justo enfrente del muelle. Se mostró como el lugar ideal porque pronto descubrimos que necesitábamos un espacio considerable, puesto que los niños hacían mucho ruido, eran revoltosos y les gustaba moverse mucho.

Inicialmente nuestro objetivo fueron las chicas adolescentes y acordamos diseñar un programa de charlas sobre la vida en las calles, la anticoncepción, el embarazo, las enfermedades de transmisión sexual, etc. Pero al comprobar que había comida y primeros auxilios gratuitos, no sólo acudían las chicas sino también sus compañeros y los pequeños que estuvieran a su cuidado. En ocasiones incluso acudieron adultos. Al principio no le encontrábamos sentido a tener niños pequeños y simplemente intentábamos mantenerlos entretenidos con lápices de colores y papeles mientras hablábamos con los adolescentes, pero, conforme quedó claro que los más pequeños se encontraban entre los que asistían más regularmente, pronto comprendimos la oportunidad que se nos brindaba.

Aumentar la autoestima

Al haber ya trabajado en escuelas con material didáctico 'de niño a niño', donde los mayores descubrían cómo cuidar mejor de sus hermanos a través de diferentes actividades, habíamos traducido una buena cantidad de material didáctico sobre temas de salud relativos al agua, la diarrea, la higiene personal, etc. Sin embargo, este material estaba dirigido a los niños que tenían algún asomo de vida familiar normal. Los pequeños niños de la calle no estaban en esa situación y comprobamos que era prematuro tratar directamente los temas de salud con ellos.

Dado que estos niños eran víctimas de abusos físicos y verbales a diario, habían llegado a la conclusión de que hacían necesariamente una contribución negativa a la sociedad. consideraban que su difícil situación se producía por su propia culpa y por la de sus padres. Habían llegado a creer lo que la gente decía de ellos. ¿De qué forma íbamos a ayudarles a ayudarse a sí mismos, si se consideraban a sí mismos despreciables? El punto de partida debía ser un proyecto específico para desarrollar la autoestima de los niños, haciendo preguntas como:

A los adolescentes les hicimos a menudo la pregunta ¿por qué esto es así?, pero con los pequeños nos limitamos a las cuestiones del quién y el qué. Comenzamos el proceso utilizando tácticas 'de niño a niño', mediante juegos, actividades, dibujos, charlas y cuentos.

Por ejemplo, para responder a la pregunta ¿quién soy yo?, hicimos un gran panel con una sección para cada niño. Cada uno de ellos completó la sección con sus nombres y apodos (nosotros los escribimos por ellos), las huellas de sus manos y de sus pies, los datos de sus familias, sus gustos y aversiones, donde vivían y sus trabajo o dedicación. Cuando venía uno nuevo, él o ella completaba sus datos.

Otro método fue construir un gran collage con fotografías de todo tipo de personas guapos, feos, ricos, pobres, viejos, jóvenes, individuos comportándose violentamente, personas comportándose con compasión y alentamos a los niños a que eligieran los que más les gustaran y los que menos y a decir por qué. En otras palabras, intentamos que establecieran su identidad a través de la identificación positiva o negativa con otros.

También diseñamos juegos para utilizarlos de forma continuada a lo largo del programa, como 'pasa la pelota' en el que cada niño exclamaba el nombre de otro y le pasaba la pelota. Después se continuaba con el mismo juego, pero utilizando sus apodos y después por sus descripciones. En otro juego del tipo '¿Cuál es mi fila?' uno de los niños tenía que simular ser uno de sus amigos, y el resto, mediante una serie de preguntas, intentaría adivinar su identidad. Antes de marcharnos, trabajamos en 'Los Derechos del Niño y del Adolescente', la Declaración recientemente aprobada, y en cómo presentarla a los niños mediante cuentos y folletos.

Hablar de la salud

Después de sembrar estas nociones de autoestima, ya no era inadecuado pasar a otros temas como el cuerpo humano y los cambios que se producen en la adolescencia, la higiene personal (piel, dentadura, ojos), la comida y la bebida, las enfermedades más frecuentes y los malos hábitos (fumar, consumir drogas y alcohol). Cada sesión seguía la estructura básica de las técnicas 'de niño a niño', comenzando con una idea/objetivo, seguida de alguna información, terminando con algunas actividades. Por ejemplo:

La dentadura

Objetivo: aprender a cuidarse la dentadura y por qué es importante.

Información: utilidad de la dentadura: comer, hablar y ser atractivo. Los dientes de leche respecto a los permanentes. (No hablamos de los molares comparados con los incisivos, etc., por encontrarlo demasiado complicado). Qué es una caries dental, qué la provoca y cómo se puede prevenir.

Actividades: mirar los dientes de los demás; invariablemente, los que vendían y comían chicles eran los que tenían más caries. Cómo fabricarse cepillos y pasta de dientes caseros. Afear las fotos de estrellas de culebrones sonrientes y comentar su aspecto antes y después (esta fue la parte que más gustó). Recompensarles con pasta y cepillo de dientes gratuitos. (Con ello no pretendimos dejar de enseñarles a fabricarse los suyos, a pesar de que la mayoría no estaba tan motivada como para hacerlo).

Cada sesión se basaba en una serie de principios comunes: eran informales, bidireccionales, y diseñadas para durar entre 30 y 45 minutos, puesto que el período de tiempo en que permanecían atentos era corto y se distraían con facilidad. Asimismo, cada sesión tenía su propio comienzo, parte intermedia y final: la asistencia regular no estaba garantizada y tampoco podíamos fiarnos de que hubieran retenido información de la sesión de la semana anterior.

Hicimos el máximo uso posible de actividades prácticas y de materiales didácticos, y a menudo interveníamos para ayudar a los chicos a lograr buenos resultados, por ejemplo en pintura. Debido a la falta de práctica, las habilidades motoras de muchos de ellos estaban por debajo de la media y era muy importante que lograran buenos resultados para que no quedaran mal. Si ello suponía hacer un poco de trampa, ¿Y qué? Las sesiones se diseñaron para atender al nivel de habilidades más bajo. No se fomentó la competencia para evitar peleas y, de nuevo, para inculcarles el sentido de haber logrado algo. Nos sentimos muy felices de dar pequeños pasos.

La respuesta de los niños

Los adolescentes, como los niños pequeños, no eran el grupo objetivo específico de este proyecto y, por tanto, nos sorprendieron. Ellos eran los que asistían de forma más irregular. Nuestro contacto personal más frecuente con ellos tuvo lugar en la misma calle, o cuando los curábamos después de un altercado, una pelea o trifulca. Cuando venían, solían charlar con los estudiantes de derecho del CDM porque normalmente esos incidentes ocurrían con la policía. Emprendimos un programa para hacerles más conscientes de sus derechos según la nueva Declaración, y la mejor forma de lograr su aplicación. Debido a las complejidades legales y a las dificultades prácticas que ello implicaba, éste fue un proyecto de largo plazo, y todavía se estaba realizando cuando nos marchamos.

Las adolescentes acudían de forma regular, aunque siempre íbamos a recordárselo antes de cada reunión. Casi no había chicas cuando la Asociación del Pequeño Vendedor realizó un estudio sobre los niños de la calle a mediados de la década de los setenta. Ahora hay casi tantas como chicos, pero viven menos en las calles. Muchas de ellas han trabajado como criadas internas en casas de familias de clase media, pero lo dejaron debido a los malos tratos. Comparten muchos de los mismos problemas: consumo de drogas, abusos verbales y sexuales, persecución y marginación. Pero ellas también tienen sus propios problemas: abusos sexuales, embarazos precoces, parto y maternidad, un mayor riesgo de enfermedades de transmisión sexual y prostitución. Entre los niños de la calle de Belém, la prostitución femenina es mucho más común que la masculina.

Las chicas adolescentes mostraron los mismos sentimientos de inutilidad y de baja autoestima que los niños más jóvenes. Aunque no enfocamos este asunto de una forma igualmente directa, era el tema subyacente de todas las reuniones. Junto con la comida y la asistencia primaria que se les brindaba normalmente, ofrecimos a estas niñas un servicio prenatal básico que consistía principalmente en diagnosis del embarazo, reconocimientos físicos periódicos, y visitas 'a domicilio' después del parto. En algunas ocasiones realizamos análisis de sangre y de orina, aunque nuestros recursos eran muy limitados. Establecimos contacto, no obstante, con un grupo de ayuda a las prostitutas jóvenes con financiación estatal. Este grupo tenía acceso a laboratorios de análisis microbiológicos, que nos resultaron muy útiles debido a que muchas de las chicas sufrían enfermedades de transmisión sexual. Como incentivo, el grupo ofrecía un servicio prenatal gratuito, que incorporaba un sistema de gratificaciones a cambio de la asistencia regular, mediante el que se conseguían pañales, ropa de bebé, chupetes y biberones.

Aunque la clínica ofrecía una buena atención física, no se ofrecía gran cosa en materia de apoyo o educación. Enérgicas consignas sobre 'dar el pecho' podrían estar acompañadas de un biberón gratis.Siendo justos, las chicas de la calle no eran proclives a dar el pecho aunque ello merecía más atención que una mera orden impartida con severidad. Hablamos sobre la lactancia materna con estas chicas, y llegamos a la conclusión de que si la madre estaba decidida a volver a las calles dos semanas después del parto, la mejor solución era animarlas a alternar el pecho con los biberones y a enseñarles, preferiblemente en sus propias casas, a preparar correctamente el biberón.

Las chicas no querían dar el pecho, según nos decían, porque era poco práctico: no era compatible con estar en la calle todo el día y, además, ¿De qué otra manera iban a conseguir algún dinero? Y además creían que al dar el pecho éste quedaría fláccido y caído. No es sorprendente que, dadas las circunstancias de la concepción, el embarazo y el parto, los lazos entre madre e hijo no nos pareciesen muy estrechos, y no cabe duda de que éste era también un factor a considerar.

Muchas de nuestras charlas con estas chicas se centraron en temas sexuales como la pubertad, la menstruación, la anticoncepción, las pérdidas vaginales y las enfermedades de transmisión sexual. También hablamos de temas generales como las drogas, la higiene personal, la vida en las calles, los derechos básicos, cómo tratar con la policía, o sobre la labor del Movimiento Nacional de Niños de la Calle.

Utilizamos videos, diapositivas, franelógrafos, folletos y cuentos. Los y las adolescentes disfrutaban dibujando tanto como los más pequeños, así que también usamos este método. No había un formato establecido para las charlas, pero se aplicaron los mismos principios fundamentales utilizados con los niños más pequeños. En cada sesión, el tema subyacente era 'yo soy un individuo y un activo valioso para la sociedad' y la pregunta '¿Por qué es así la situación en la que vivimos?'. Los videos del Movimiento Nacional de Niños de la Calle, realizados por los mismos jóvenes y enfocados específicamente a estas cuestiones, causaron una honda impresión tanto en las chicas como en nosotros mismos.

Chicas de la calle: dos casos

El 'éxito' en este trabajo ha de medirse en términos muy modestos. Un caso típico es el de una chica de 15 años que, con sus hermanos y hermanas, llevaba trabajando en las calles varios años. Fue animada a hacerlo por su madre, que tenía varios hijos, con dos padres y en dos casas diferentes, y a la que, consiguientemente, le alegraba ver el retorno de algunos de ellos. Esta chica podría irse a casa por la noche más a menudo, antes que quedarse en las calles.

Se quedó embarazada, manifestando que el padre era un chico de la calle, y se le motivó a asistir al grupo para jóvenes prostitutas antes citado. El padre del bebé incluso asistió con ella en varias ocasiones. La chica recibió consejo al mismo tiempo que se le brindó atención prenatal por parte del CDM, y asistió regularmente a nuestras reuniones. Dio a luz sin problemas y fuimos a verla a su casa para felicitarla y ofrecerle consejos sobre el cuidado del niño. Unos diez días después de que naciera el bebé, ella volvió a las calles y siguió vendiendo chicles, dejando al bebé en casa, al cuidado de otros hermanos y de una abuela que estaba disponible de forma intermitente.

Cuando nos fuimos, dijo que todavía le daba el pecho por las mañanas y por las noches (tres meses después del parto) y sabíamos que volvía a casa por las noches. El padre seguía mostrando algún interés por el hijo y a veces pasaba la noche con la chica. Veíamos a ambos en las calles de forma regular. Ella continuó viniendo a las reuniones, había aprendido algo sobre anticoncepción e iba a empezar a tomar la píldora.

En el otro extremo del espectro, tomamos contacto con una chica gestante de 14 años, pero sólo logramos persuadirla una vez para que viniera a nuestro centro de reuniones, donde procedimos a realizarle un reconocimiento prenatal. Había dejado su casa a causa de los malos tratos paternos y pasaba casi todo el día con el padre del bebé. Él tenía 16 años y cada vez que nos lo encontrábamos estaba confundido y esnifando pegamento. Ella dormía en la calle. Lo arreglamos todo para conseguirle una cita en el centro de jóvenes prostitutas, aunque antes la buscamos por las calles para confirmar fecha, hora y lugar en que la recogeríamos.

En esa ocasión, ella estaba llorosa y no quería hablar. No es común ver llorar a los niños de la calle. Su chico estaba esnifando pegamento y fue incapaz de aclararnos nada. Mientras que estábamos hablándole se excusó y dijo que tenía que ir al servicio. Se fue llorando y no volvió. Nunca volvimos a verla y aunque supimos que dio a luz con normalidad, no fuimos capaces de seguirle la pista ni de averiguar con certeza lo que le había pasado.

Al despedirse

Trabajar con los niños de la calle puede ser muy deprimente. La situación no mejora, y es fácil sentirse impotente y desesperanzado. La verdadera respuesta, por supuesto, no se encuentra en programas como el nuestro, sino en cambios sociales a gran escala que den como resultado un mundo más justo. Para lograrlo, necesitamos primero desarrollar una visión global. Quizás esta visión esté empezando a surgir.

Sentimos una mezcla de culpa y de tristeza al despedirnos de Brasil. El trabajo con el CDM y con los niños de la calle fue inmensamente reconfortante, aunque quizás fue el que menos resultados concretos dio de todos los trabajos que realizamos. Nuestros sentimientos confundidos estaban acompañados con la gratitud que expresaron los niños a su 'tío' y su 'tía' gringos; es tal la realidad económica de la vida en Brasil que, después de todo, los dejamos en una situación peor de la que se encontraban cuando llegamos la primera vez.

En una ocasión nos preguntaron si pensábamos que habíamos logrado algo de valor en Brasil que continúe en nuestra ausencia. La respuesta rápida es: probablemente no. Nuestro papel fue dar ímpetu y dinamizar a los numerosos brasileños que ya trabajan en estos ámbitos y que están comprometidos con años de activa participación. Ellos serán los que encuentren sus propias soluciones. Creemos que así es como debe ser.

 

Notas

Referencias

Dimenstein, Gilberto, 1992, Brasil: War on Children, Londres: Latin America Bureau.

(Existe edición en castellano: Los niños de la calle en Brasil. Madrid. Fundamentos, 1994

Los autores

Maria Luiza Nobre Lamarão es socióloga y trabaja en el departamento de investigación e información de la Universidad de Para en Belém. Es uno de los miembros fundadores del CDM, y está coordinando un programa de reciclaje de papel con niños de la calle.

Tom Scanlon es doctor en medicina con conocimientos en medicina general; actualmente trabaja como jefe de admisión y residencia del Departamento de Medicina y Salud Pública de South West Thames, basado en el hospital de St. George en Londres.

Francesca Scanlon es doctora en medicina con formación en psiquiatría. Actualmente trabaja en el St George's Psychiatric Registrar Rotation. Junto con su marido Tom ha trabajado dos años en Brasil en 'salud popular', principalmente a través de la Asociación del Pequeño Vendedor, a través de proyectos específicos que incluían técnicas 'de niño a niño' con escolares, salud femenina con grupos de mujeres, cuidados prenatales con el servicio estatal y recientemente con niños de la calle con el CDM.

Este artículo apareció por primera vez en Development in Practice en el volumen 3, nº 1 de 1993


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