Hugo Slim
Al aventurar una respuesta sobre qué entendemos por desarrollo la mayoría de los que trabajamos en las ONG, intentaré esbozar el ideal, tal y como ha surgido en los últimos años, e identificar algunos de sus ingredientes esenciales. Al hacerlo, quisiera poner énfasis en los siguientes principios clave:
* que el verdadero desarrollo es mucho más que una cuestión de economía y de crecimiento económico;
* que el desarrollo es un objetivo universal para todas las sociedades y no sólo un 'problema del Tercer Mundo';
* que el desarrollo depende de una interacción justa entre diferentes grupos y diferentes naciones, y que en el centro de la lucha por el desarrollo hay una lucha de relaciones.
Tras observar el ideal del desarrollo y vislumbrar un mundo casi perfecto, pasaré a examinar brevemente la agenda del desarrollo real, tal y como ha sido dominada por el llamado 'Consenso de Washington'. Finalmente, y a la luz de esta realidad, quisiera plantear que el papel apropiado para las ONG es seguir cuestionando la ortodoxia actual y, en la medida de lo posible, buscar alternativas a dicha ortodoxia.
¿Qué intenta lograr el desarrollo?
En 1974, un grupo integrado por diez de los expertos mundiales en desarrollo (todos hombres) se reunieron en Cocoyoc (México) para intentar establecer una nueva agenda de 'desarrollo alternativo', que fuera más allá de lo que consideraban que era el fracaso del desarrollo durante los años cincuenta y sesenta. Este grupo elaboró la Declaración de Cocoyoc, en la que hicieron una distinción fundamental entre las prioridades relacionadas con los 'límites internos' y las relacionadas con los 'límites externos' del desarrollo (Cocoyoc, 1974, pp.170-1).
Los límites internos abarcan 'necesidades fundamentales de la persona' como el alimento, el alojamiento, la salud y los derechos humanos. Los límites externos se refieren a distintos aspectos de la 'integridad física del planeta' como el medio ambiente y la población. Esta distinción sigue siendo útil e identifica las dos grandes preocupaciones del desarrollo: el desarrollo humano y la protección del planeta, así como la inevitable interdependencia que existe entre ambas.
Algunos ingredientes básicos
En las últimas décadas, los teóricos y los trabajadores del desarrollo han ido reconociendo que es necesario contar con un cierto número de ingredientes básicos para que tenga lugar un desarrollo efectivo dentro de cada uno de estos dos ámbitos. Enumerar algunos de estos ingredientes puede ayudarnos a tener una imagen de lo que es el desarrollo y de cómo se consigue.
El desarrollo es esencialmente cambio: no simplemente cualquier cambio, sino una mejora definitiva y un cambio para mejor. Al mismo tiempo, el desarrollo es también continuidad, puesto que, si el cambio ha de echar raíces, ha de tener algo en común con la comunidad o la sociedad en cuestión. Debe tener sentido para las personas y estar en línea con sus valores y su capacidad. El desarrollo, por lo tanto, debe ser apropiado desde el punto de vista cultural, social, económico, tecnológico y medioambiental.
Pero apropiado no significa anticuado. El verdadero desarrollo tiene aires de originalidad, aunque no es original sólo por virtud de ser novedoso. En el sentido estricto del término, el verdadero desarrollo es original porque tiene sus orígenes en una sociedad o comunidad concreta, y no es una simple copia importada ni una imitación del desarrollo de otros. Es bien sabido que el 'desarrollo por imitación' suele estar condenado al fracaso. En el mejor de los casos no echa raíces; y en el peor es una imposición y distorsiona o destruye una sociedad. Un desarrollo genuino no significa similitud ni hacer de todo lo mismo. El desarrollo real, por el contrario, salvaguarda la diferencia y se acrecienta con ella, y produce diversidad.
En el centro de cualquier cambio a mejor se encuentran dos ingredientes que van de la mano: la equidad y la justicia. El cambio no supondrá ninguna mejora si se construye sobre la injusticia y no beneficia a las personas de forma equitativa. La búsqueda de la equidad y la justicia suele encontrar resistencia en algunos sectores, y esto significa que la lucha, la oposición y el conflicto también son ingredientes esenciales del desarrollo. Esto es debido a que las relaciones son un factor determinante del desarrollo. Las relaciones entre individuos, comunidades, sexos, clases sociales y grupos de poder se combinan con las relaciones internacionales para dictar la equidad del desarrollo en el mundo entero. Un desarrollo efectivo cuestionará inevitablemente algunas de estas relaciones a lo largo del proceso en el que éstas serán cambiadas.
La participación es un aspecto determinante de la equidad. Si el desarrollo pertenece realmente a las personas, debe ser compartido por ellas. Esto significa implicarlas. Una máxima muy difundida en la actualidad señala que el verdadero desarrollo sólo puede ser alcanzado por la gente y no puede ser hecho para la gente. Estar presentes e involucrarse en la toma de decisiones, actuar y obtener resultados son, por ello, elementos que se consideran esenciales. Muchos teóricos del desarrollo usan la palabra 'democracia' para describir este proceso. Y la idea de la adquisición de poder o empoderamiento se utiliza cada vez más para definir la plena realización del proceso de participación, consecuencia del cual es la obtención de otros componentes del desarrollo como la elección, el control y el acceso.
A fin de cuentas, el éxito del desarrollo se juzgará en función de si éste es duradero o no. La sostenibilidad, la auto-dependencia (self-reliance) y la independencia son ingredientes vitales en un desarrollo eficaz, como lo es el huevo que hace cuajar la masa de un pastel. La sostenibilidad es especialmente importante, porque garantiza que las mejoras obtenidas por la comunidad o por la sociedad van a tener futuro. La sostenibilidad, por ello, se define como la equidad intergeneracional, ya que los beneficios del desarrollo también estarán al alcance de las futuras generaciones y no serán totalmente consumidos por la generación presente. El desarrollo efectivo también es cambio para mejor para las generaciones venideras, y no sólo a costa de ellas.
Si estos son algunos de los ingredientes del desarrollo, el tiempo es el horno en el que se preparan. El desarrollo toma tiempo, y el tiempo es algo de lo que apenas dispone la cultura occidental en particular. La mayoría está de acuerdo en que la presión por obtener resultados rápidos ha sido la causa de la mayor parte de las más inadecuadas iniciativas de desarrollo de todo el mundo. Esta presión emana de la ingenuidad que caracterizó a las principales instituciones mundiales del desarrollo durante los últimos cincuenta años; ingenuidad que se fundamentó en una confianza excesiva en el desarrollo tecnológico y económico y una insuficiente consideración de las realidades sociales y medioambientales.
El desarrollo es algo más que economía
El reconocimiento de los diversos ingredientes del desarrollo ha dejado cada vez más claro que éste tiene más de desarrollo humano que de desarrollo económico. El verdadero desarrollo humano incumbe a más factores intangibles relacionados con la calidad del cambio en las vidas de las personas, así como a la cantidad del cambio. La idea de que el desarrollo humano es más complejo que la mera economía la expresó claramente John Clark en su libro Democratizing Development , publicado en 1991 (p. 36):
El desarrollo no es una mercancía que se pueda ponderar o medir por las estadísticas del PNB. Es un proceso de cambio que permite que las personas se hagan cargo de sus propios destinos y realicen todo su potencial. Exige edificar en la gente la confianza, las habilidades, los activos y las libertades necesarias para alcanzar este objetivo.
El crecimiento económico no es un simple motor para el desarrollo humano. En el desarrollo no sólo se trata de tener más, sino también de ser más (Pratt y Boyden, 1985, CAFOD et al., 1987). Trata sobre el desarrollo de la persona humana, de la sociedad humana, y del medio ambiente. Una tendencia de gran importancia en la teoría y práctica del desarrollo de los últimos años ha sido la fusión de las agenda de los derechos humanos y del medio ambiente con la agenda del desarrollo. En esta confluencia se reconoce que el desarrollo debe valorarse en términos que van más allá del simple análisis económico, y que la pobreza es una cuestión de pérdida de derechos, libertad, cultura, dignidad y de deterioro del medio ambiente, tanto como de bajos ingresos. John Friedman, en su libro Empowerment: The Politics of Alternative Development (1992), esboza un nuevo modelo de crecimiento económico que tiene en cuenta los derechos humanos y el medio ambiente:
Se persigue un camino adecuado hacia el crecimiento económico cuando las mediciones de la producción del mercado se complementan con los cálculos de los probables costes sociales y medioambientales, o con los daños a terceros, en los que seguramente incurre cualquier nueva inversión.
La creación del índice de desarrollo humano (IDH) del PNUD en 1990 fue un intento aun más enérgico para reconocer que el desarrollo humano es algo más que la economía, y que se refiere tanto a la calidad de la vida humana tanto como a la cantidad de crecimiento económico. Este punto fue bien planteado en el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de 1993:
No existe ningún vínculo automático entre el ingreso y el desarrollo humano. Muchos países han logrado trasladar su ingreso a las vidas de sus gentes, y su índice de desarrollo humano va muy por delante de su nivel de renta per cápita. Otras sociedades presentan un nivel de renta muy por encima de su índice de desarrollo humano, mostrando un enorme potencial para mejorar las vidas de su población.
La conclusión es que los países ricos no son siempre los más desarrollados, y los países pobres no siempre son los menos desarrollados. El crecimiento económico irresponsable el superdesarrollo puede actuar como una fuerza para el subdesarrollo dentro y en contra de muchas sociedades. La civilización el término decimonónico para el desarrollo es algo más que crecimiento económico, y no es ni mucho menos un monopolio de los ricos, ya que es común a todas las sociedades.
Una cuestión universal, no una cuestión del 'Tercer Mundo'
La desvinculación del crecimiento económico y el desarrollo humano nos hace comprender que se requieren estrategias para el desarrollo humano en respuesta tanto al sobredesarrollo y al superdesarrollo como al subdesarrollo. La urbanización extrema, la contaminación, la degradación medioambiental, las prácticas comerciales injustas y el expansionismo económico de las sociedades europea, norteamericana y del sudeste asiático son una forma y una causa del maldesarrollo tanto como lo son el hambre, los conflictos y la pobreza que sufren algunas sociedades de África, Asia y América Latina.
Cada sociedad sea rica o pobre tiene un problema de desarrollo, y la antigua geografía del desarrollo norte/sur, este/oeste, y del primer, segundo, tercer y cuarto mundo, no permite entender que el desarrollo justo y sostenible sea una cuestión global. Como Friedman explica (1993, p.131), el desarrollo humano es un reto para la sociedad mundial:
Los países ricos y los países pobres constituyen un único sistema mundial, y el sobredesarrollo de los primeros está estrechamente vinculado al maldesarrollo de los segundos. Ninguno de estos 'desarrollos' es sostenible a largo plazo; y ambos suspenden la prueba de la equidad. La visión de un desarrollo alternativo es, por consiguiente, tan pertinente para los países centrales de la economía mundial como para los periféricos.
El desarrollo trata sobre relaciones
Las relaciones humanas son uno de los principales determinantes del desarrollo humano. Una gran parte del maldesarrollo mundial es consecuencia de relaciones injustas o disfuncionales a nivel internacional, nacional o comunitario. A nivel nacional y comunitario, las relaciones de poder, las relaciones de género y las relaciones étnicas juegan papeles fundamentales a la hora de conformar o distorsionar un verdadero desarrollo. A nivel internacional, las relaciones económicas injustas hunden a los países pobres en las trampas de la deuda y de las fluctuaciones de los precios, mientras que los desequilibrios políticos impiden que muchos países disfruten de una plena participación en la gobernación global. En este contexto, mucho de lo que se ofrece como ayuda al desarrollo es en realidad un catalizador del maldesarrollo, o bien por no ser adecuada desde el punto de vista social o medioambiental, o bien porque sus 'dádivas' representan la extensión de una relación de poder disfuncional entre naciones. Por este motivo el papa Pablo VI urgió sabiamente a los países pobres a 'elegir cuidadosamente entre el mal y el bien que hay en lo que ofrece el rico' (CAFOD, 1967). La forma disfuncional en la que el 'Primer Mundo' proyecta gran parte del lado oscuro de su psique hacia las imágenes de un 'Tercer Mundo débil e indefenso' también pone enormes obstáculos interculturales en el camino hacia unas relaciones sanas y justas entre los pueblos.
Las relaciones humanas justas son por lo tanto una de las claves para el desarrollo, y el diálogo debe situarse en el centro de las relaciones de desarrollo para promover el intercambio, el acuerdo y la asociación. Para las ONG y para otras organizaciones de desarrollo en particular, conformar unas relaciones justas es una cuestión crucial. Como ha observado Charles Abrams, una cooperación efectiva entre los profesionales del desarrollo y las comunidades con las que trabajan depende de que se reconozca el lugar del 'experto' externo a la comunidad junto con el del 'inperto' (sic) de dentro de ésta, y de que se alcance el equilibrio correcto entre ambos (Abrams, 1964).
Medir el desarrollo
El hecho de que el desarrollo sea una cuestión relevante para cada sociedad, y que trate tanto de los derechos humanos, el medio ambiente y las relaciones como de la economía, hace de él un fenómeno cuya medición es cada vez más compleja. En los últimos años se ha hecho un enorme esfuerzo para ir más allá de los indicadores económicos tradicionales (de producción, renta, consumo, deuda, etc.), personificados por los indicadores del desarrollo mundial del Banco Mundial, hacia una gama más amplia de indicadores que recogen las dimensiones personales, sociales, culturales y ambientales del desarrollo.
De esta nueva generación de indicadores del desarrollo, el programa de indicadores sociales del desarrollo del Banco Mundial incluye actualmente 94 indicadores, mientras que el índice de desarrollo humano (IDH) del PNUD cuenta con 253 (PNUD, 1993). Estos indicadores abarcan desde los índices de mortalidad infantil hasta la calidad del aire, pasando por los derechos humanos, el número de televisores por habitante y el número de personas por automóvil. Además, el IDH afirma ser sensible al género.
Es muy difícil calibrar la exactitud y la relevancia de los nuevos indicadores del desarrollo como el IDH, que fue calificado por el periódico británico The Daily Mail, con la típica precisión de un tabloide, como 'un índice de felicidad'. Estos indicadores, sin embargo, son al menos la evidencia del amplio reconocimiento que existe del hecho de que no es suficiente un modelo de desarrollo puramente económico, y de que en realidad la calidad y el alcance del desarrollo son algo más complejo que la creación y la distribución de la riqueza.
La realidad del desarrollo hoy
Buena parte de lo anterior ha descrito la receta ideal para un verdadero desarrollo. En la realidad, sin embargo, el menú del desarrollo hoy está dominado por un plato principal, que se conoce como el 'Consenso de Washington', servido desde las cocinas políticas de la Casa Blanca, del Banco Mundial y del FMI en Washington, y guarnecido con las políticas de la Unión Europea.
Con el fin de la Guerra Fría, la visión política y económica de Occidente ha llegado a dominar el escenario global. De vivir en un mundo bipolar que establecía dos modelos principales de desarrollo político y económico, actualmente habitamos un mundo esencialmente unipolar, donde los postulados del liberalismo occidental no son cuestionados y dictan la política internacional. Para la mayoría, el mundo ahora tiende a ir hacia esa visión, que por lo tanto es considerada como un consenso. Su lema, el 'buen gobierno', tiene una faceta tanto económica como política. El buen gobierno económico remite a las nociones de libre mercado y de Estado mínimo y facilitador. El buen gobierno político trata de los derechos humanos y del desarrollo de una vibrante sociedad civil.
El Consenso de Washington debe mucho y, en realidad, coopta buena parte del lenguaje y de las ideas de las anteriormente progresistas ONG, especialmente en lo que se refiere a los derechos humanos, lo que de alguna manera las desactiva como organizaciones radicales. Sin embargo, en estos ideales yacen todos los peligros que encierra la imposición de un único modelo, porque toda esta plataforma pivota sobre el principio de condicionalidad. El Consenso de Washington es un menú del día, y ahora es imposible pedir un desarrollo à la carte para cualquier país dependiente de la ayuda.
El menú del día
La mayor parte de la ayuda occidental está en la actualidad condicionada al riguroso cumplimiento del buen gobierno en la forma en la que éste ha sido prescrito. No cabe duda de que los derechos humanos son un bien de por sí y un modelo ético a aplicar en todo el mundo (a pesar de que hay algunos debates al respecto), pero puede no ser lo mismo necesariamente en el caso de los modelos económicos y las nociones sobre lo que es una sociedad y un Estado perfecto. Por ejemplo, la extrema confianza que el Consenso de Washington pone en la sociedad civil y en un sector floreciente de ONG, considerándolos la panacea para conseguir una prestación de servicios eficaz, puede resultar infundada en los muchos y diversos escenarios culturales e históricos que existen alrededor del mundo. El sector voluntario informal es una peculiaridad europea (puede que incluso sólo lo sea anglosajona), que puede no adaptarse bien en otros contextos.
Existen, por tanto, graves riesgos en la dominación de un único modelo de desarrollo, particularmente cuando como sucede en la actualidad hay una notoria falta de alternativas. El sector de las ONG, en particular, siempre ha sido un foro para la oposición y para las estrategias de desarrollo alternativas. Este sector se ha visto cortejado en un grado sin precedentes por el establishment que a menudo se hace eco de sus propias palabras y se encuentra ante el peligro de ser cooptado. Hasta ahora, sin embargo, no tiene ninguna alternativa real al Consenso de Washington, más allá de la vaga sospecha de que la nueva propuesta sobre el buen gobierno no puede ser nada mejores que las anteriores. Esto no es suficiente como para oponer resistencia y, mientras tanto, cualquier debate acerca del desarrollo parece estar suspendido, con la batalla ganada temporalmente.
La presión financiera se ha sumado a esta cuestión debido a la situación de la Europa del Este y los nuevos Estados de la antigua Unión Soviética. Para las organizaciones de desarrollo que se ocupan de África, Asia y América Latina resulta alarmante observar cómo los presupuestos de ayuda de Occidente, que se reducen en términos reales, tienen ahora que ser compartidos con los países de la Europa del Este y con los nuevos Estados independientes, especialmente en un momento en que la política exterior se decanta por dar prioridad a los antiguos países comunistas sobre y por encima de otros países (y sobre todo de África).
Entonces, ¿qué es el desarrollo?
En la primera parte de este artículo se ha esbozado una imagen relativamente positiva de los principios que se considera que contribuyen a un verdadero desarrollo. Los ingredientes identificados son complejos y de difícil obtención. Entre ellos, los principios de diversidad y originalidad se identificaron como esenciales, aunque las perspectivas para estos dos ingredientes en particular parecen ser las más lejanas, a la luz de la realpolitik del desarrollo antes descrita. El consenso dominante premia la uniformidad y sólo permite realmente un camino hacia un modelo de desarrollo también único y obligatorio. Quizás sea irónico que un consenso que defiende en sus postulados económicos la libertad de elegir y el libre mercado, no aliente un mercado libre para las alternativas de desarrollo.
Parece justo concluir afirmando que en la actualidad la principal prioridad de la comunidad de las ONG es continuar explorando alternativas y cuestionar el modelo actual allí donde éste muestre sus fallos, partiendo de la experiencia y de la asociación. Estas alternativas deberán ser utilizadas para influir y cuestionar las tendencias actuales, y si no para cambiar el modelo, al menos para modelar las mejores variantes posibles. El verdadero desarrollo universal es en realidad una utopía, un santo grial. Sin embargo, y como norma general, puede ser más creativo contar con muchos caballeros andantes deambulando por el mundo en su busca, de diversas formas y en diferentes lugares, que tener un sólo caballero blanco dirigiendo a todo el grupo en una única dirección, bajo la creencia de que solamente él sabe dónde se encuentra.
Notas
Este artículo está basado en un Documento de Trabajo preparado para una reunión regional de Save the Children UK en Tailandia en diciembre de 1993. Estoy en deuda con Douglas Lackey de SCF por lanzarme una pregunta tan directa como tema de mi ponencia, una pregunta a la que había estado felizmente esquivando hasta la fecha.
References
Abrams, C. (1964) Man's Struggle for Shelter in an Urbanizing World, Cambridge, Mass: MIT Press (quoted in N. Hamdi: Housing Without Houses, van Nostrand Reinhold, 1991).
CAFOD (1967) This is Progress, translation of the Encyclical Letter of Paul VI -- Populorum Progressio, paragraph 41, London: CAFOD.
CAFOD et al. (1987) Social Concern: A Simplified Version of the Encyclical Solicitudo Rei Socialis of John Paul II, London: CAFOD.
Clark, J. (1991) Democratizing Development: The Role of Voluntary Organizations, London: Earthscan.
Cocoyoc Declaration (1974), quoted in Friedman (1992).
Friedman, J. (1992) Empowerment: The Politics of Alternative Development, Oxford: Blackwell.
Pratt, B. and J. Boyden (1985) The Field Directors' Handbook, Oxford: Oxfam (UK and Ireland).
UNDP (1993) The Human Development Report, Oxford: Oxford University Press.
(Existe edición en castellano: PNUD (1993), Informe sobre el desarrollo humano 1993, Madrid: CIDEAL/PNUD
El autor
Hugo Slim es director adjunto del Centro para la Planificación de Emergencias y Desarrollo (Centre for Development and Emergency Planning), CENDEP, de la Oxford Brookes University. Anteriormente fue Funcionario Jefe de Investigaciones en Save the Children Fund. Asimismo, ha trabajado en Marruecos, Sudán, Etiopía, Bangladesh y los Territorios Ocupados.